Una parte de este fin de lo semana lo dediqué a calificar los trabajos finales del curso que imparto en la Universidad y las evaluaciones que hicieron los estudiantes. Aunque estoy pasando horas complicadas porque debo terminar el capítulo de un libro, el tiempo para leer a los estudiantes fue enriquecedor. Estimulante.
Cuando comencé el curso tenía serias dudas. Me inquietaba la posibilidad de conectar con los estudiantes para cumplir los objetivos. El semestre anterior nos había dejado insatisfechos. La deuda con ellos era enorme. Se trataba de un semestre donde debían realizar prácticas en escuelas, entrevistar directores, palpar el territorio pedagógico.
¿Cómo haremos los profesores, la Universidad, para resarcir lo que no pudimos realizar en estos meses?
Es verdad que hacemos un gran esfuerzo, unos más que otros, pero hay déficits que no sé cómo podremos pagar.
Vuelvo. Después de leer una veintena de opiniones de los estudiantes confirmo mi percepción de que fue una experiencia de aprendizajes positiva. Pudo ser mejor, sin duda. Además de sus opiniones, me gustó mucho leer sugerencias de cómo podría trabajar algunos aspectos para que a los estudiantes del siguiente curso les vaya mejor.
Los finales no siempre son felices. Pero hoy sí. Valió la pena intentarlo.