Hace muchos años, en una de las primeras conversaciones con don Pablo Latapí Sarre, aprendí una de las lecciones que recuerdo siempre en la vida profesional. La uso en la docencia o en la toma de decisiones, cuando tuve oportunidad de ocupar un cargo.
Antes de describir la sencilla y poderosa lección de don Pablo, tengo que advertirles a los lectores legos quién es el autor: figura prominente en la pedagogía mexicana. Reconocido como fundador de la investigación educativa nacional y hombre de generosidad intelectual sin par. Creador de instituciones, representante de México en el extranjero y formador de investigadores. Fue Premio Nacional de Ciencias Sociales en 1996.
En agosto de 2008 recibió en la Universidad de Colima el doctorado honoris causa, en cuya ocasión dictó una memorable conferencia magistral, luego publicada por la Universidad, precedida de un discurso estupendo de Manuel Gil Antón. Con esa ceremonia, explicó don Pablo, sellaba un pacto de amistad con la comunidad universitaria de Colima, porque en 1997 había recibido el nombramiento de maestro universitario distinguido. Obtuvo también la medalla Comenius por la UNESCO y reconocimientos de otras importantes instituciones nacionales, como el CINVESTAV.
Queda advertido el lector que, con esa trayectoria, la lección brevísima pero lúcida de don Pablo merece ser reflexionada. Es fácil de recordar: el que no piensa como yo, me ayuda. Eso dijo. El tema era sus relaciones con el poder, con los secretarios de Educación Pública, pues fue asesor de varios de ellos.
En esas pocas palabras imprimió su talante humanista. Contrario al sentido común profundo de don Pablo, nuestros políticos, incluidos los universitarios, acostumbran suponer que quienes no piensan como ellos son enemigos o están en contra.
La lección de don Pablo alienta la diversidad y hasta la discrepancia. No asume que su verdad es única; sus ideas, las mejores y sus posturas, las únicas defendibles. Pensamiento único es un contrasentido, nos enseñó José Saramago. El pensamiento, por definición, es múltiple, decía el escritor portugués.
Sabias lecciones que conviene aprender a quienes toman decisiones, a quienes deben analizar distintas opiniones o tienen el privilegio de conducir una institución.
No me la pidieron, pero quise dejar constancia de esa lección que aprendí de un hombre bueno, firme y sabio, ahora que iniciamos otro periodo en nuestra alma mater. Ojalá el nuevo rector, con sus hechos, nos demuestre que, en efecto, en el campus universitario la heterogeneidad vale más que el discurso monocorde y un séquito de serviles.