Este viernes recibí las primeras pruebas de La universidad que soñamos. El hecho me alegra, sobra escribirlo. Es un pasito más en el largo proceso que lleva de una idea a unos párrafos, apuntes sueltos en papelitos o tarjetas, lecturas múltiples, luego redactar páginas, terminar el proyecto y enseguida todas las correcciones y reescrituras posibles, mejor si es con apoyo profesional, como ha sido mi caso ahora.
Entre sábado y lunes me dedicaré a la revisión del libro, con emoción indescriptible, mezcla de ansiedad por comenzar y temores de no hacerlo bien o convencerse que lo escrito es insuficientemente claro o sólido. Un disfrute extraño, pero necesario, corolario de las muchas muchas horas de trabajo que pasaron entre la conferencia que preparé con ese tema para atender una invitación de la Universidad Autónoma de Coahuila, en noviembre de 2018, a tenerlo entre las manos para comenzar otro proceso que llevará tres o cuatro revisiones más antes de aprobarlo para su impresión.
Aunque todavía falta tiempo para compartirlo o volver a los espacios físicos a encontrarse con gente en su presentación, la motivación que imprime es enorme y se suma a otra, pues en la semana recibí también la versión preliminar del libro Educación ambiental para el desarrollo sostenible, que incluye un capítulo escrito con la experiencia de la investigación de campo en seis escuelas colimenses entre 2019 y el principio de la pandemia.
No será el fin de semana más descansado, como creía, pero sí uno feliz de trabajar en lo que apasiona.