Comienza un nuevo semestre en la Universidad de Colima. Como desde hace tres años, coordinaré el curso de Gestión y administración de la educación superior con un grupo de estudiantes de tercer año de la carrera de Pedagogía.
Son 24 los inscritos en este ciclo y espero que el trabajo vía remota, mejorado con la experiencia de los meses del largo confinamiento, produzca aprendizajes valiosos para los muchachos.
Me parece que el semestre anterior los resultados fueron más positivos que cuando volvimos después del parón, así que ahora, en un horizonte igualmente complejo, confío en que sigamos avanzando.
En estas semanas, cuando abrimos nuevos cursos y conocemos otros estudiantes, con la expectativa del semestre naciente, me gusta pensar cosas distintas a lo que tenemos. Ahora, entre las ideas que acaricio, es que los cursos universitarios pudieran estar abiertos a personas interesadas en tomarlos, sin ser alumnos regulares, como estudiantes de otras instituciones, personas dedicadas al ámbito laboral próximo, entre otros.
En esa opción de flexibilidad aprecio ventajas: interés por aprender y no por pasar materias, una enfermedad que a veces padecen los estudiantes; la riqueza de conocer otras perspectivas, nutridas por la práctica laboral o diversas disciplinas y carreras. Pero también, la concreción de la educación universitaria como un derecho, entendido en su sentido más amplio.
Estoy seguro que ganaríamos todos: estudiantes regulares, maestros e interesados en volver a las aulas o ingresar desde otras instituciones. Las universidades, por supuesto.
Ojalá un día sea posible.