La primera vez que escuché su nombre se anunciaba el ganador del concurso Pinturerías, de la Fundación Cultural Televisa. Fue casualidad, pero lo tengo grabado. Veía las noticias nocturnas en casa paterna y apareció la nota. No sabía nada del concurso, tampoco de Gil Garea.
Luego, mucho tiempo después, nos encontramos en alguna galería universitaria, conversamos y trabamos una amistad que se mantuvo más o menos frecuente a través de Twitter y encuentros personales.
Durante algunas semanas el azar nos cruzaba entre los pasillos del Walmart Tercer Anillo y caminábamos conversando, atropellándonos a veces con las palabras, quejándonos con frecuencia. Cada vez era grato el encuentro, cada vez nos recordábamos la promesa de encontrarnos en otro lugar sin prisa.
Cuando escribí Elogios de lo cotidiano pensé en un libro con ilustraciones. Y me vino a la cabeza Gil. En ese momento pasábamos por la amistad más sólida. Llamé por teléfono y a las varias veces me respondió. Le pedí encontrarnos para contarle el proyecto. Nos vimos en su casa. Por fin sentados, con un tinto entre las manos; él, cigarros al lado.
Aceptó mi proposición desde el primer momento, luego me preguntó:
-¿Tienes una idea ya?
-No. Ninguna, respondí.
-¿Nada pensaste todavía?
-No, mi idea es que lo leas, mira, es muy breve le mostré el engargolado, y que luego de leerlo pintes lo que te sugiera.
-Bueno. ¿Te arriesgas?
-¡Ya está dicho!
A los dos meses le recordé y nos encontramos de nuevo. Otra vez en su casa. Me dio los cuatro modelos que había hecho. Me preguntó si me gustaban o preparaba algo más. Esos están bien; no dudé.
Miguel Uribe y yo coincidimos en Puertabierta. Nos impactaron las sillas vacías que convocaban al diálogo, o que eran testigos del diálogo ocurrido. Con detalles del conjunto se ilustraron los interiores.
No terminamos la relación. Se suspendió. Un día pasé por su casa y no había nada ya. Ni su auto, ni su perro en la puerta de entrada, ni sus muebles. No supe más de él.
Esta mañana Rubén Carrillo me llamó temprano para contarme lo que no había leído en su mensaje de ayer. Murió Gil Garea en Guadalajara.
Sentí un vacío en el pecho. Infinita tristeza. Busqué aquellas cuatro imágenes en aguada con tinta china que hoy, más que nunca, me recuerdan buenos momentos. Aquí están con su firma a lápiz y el año: 2018.
Descansa en paz, estimado Gil. ¡Hasta siempre!
Y gracias por el privilegio de tu amistad.