Las conferencias y los congresos son inmejorables oportunidades para el encuentro, el diálogo y el intercambio. La virtud parece menor, pero es quizá la mayor: subsiste a pesar de que los esquemas dominantes no son precisamente los más propicios, pues habitualmente se trata de que uno o una hable a decenas o cientos que escuchan y en su momento podrán cuestionar oralmente o, si el tiempo apremia, escribir sus preguntas en tarjetas. Cada vez me convenzo más de ello, y de que cuando estoy al frente debo hablar apenas lo justo y abrir el mayor lapso para las preguntas, comentarios y conversaciones.
En las tres últimas ocasiones en que me ocurrió tuve la fortuna de una excepcional retroalimentación al finalizar mis intervenciones. En la primera, frente a un auditorio de estudiantes de licenciatura y posgrado en Manzanillo, una estudiante de bachillerato acudió para expresarme sus impresiones. En la siguiente, en Irapuato, ante un auditorio de profesores, dos estudiantes de ingeniería se acercaron para conversar de lo que había expuesto; casi de memoria recuerdo sus palabras y su pesar porque lo dicho allí no lo habían escuchado sus maestros. Ellas estaban para apoyar en la organización del evento y su interés, evidentemente, me resultó muy estimulante. La tercera ocasión, apenas hace unos días, fue en el Instituto Politécnico Nacional. Al recibir la invitación pasé por alto indagar quiénes conformarían el “auditorio”, dando por sentado que serían profesores de nivel superior. Ya en el congreso pregunté y la presencia considerable de profesores de nivel medio superior me obligó a ajustar aspectos del ensayo preparado; el resultado, creo, no fue desafortunado, pero mi gratísima sorpresa mayúscula vino de un viejo profesor de aspecto humilde y tímido, que se acercó para saludarnos y decirme algunas palabras. Era profesor de secundaria en Guerrero. Apenas pude agradecerle el inestimable valor de su comentario.
Recordar detalles así y otros le dan un sentido profundo a las experiencias que les cuento, por eso, como decía al inicio, son el encuentro y la proximidad lo mejor de esas oportunidades. Lo que uno pueda decir es, si acaso, el pretexto para que el acercamiento sea más o menos intenso, pero lo importante viene del otro, de nuestro prójimo, próximo o lejano en ideas.
Balvanero
En esta época tan necesitada del contacto cara a cara -con la paradoja de la presencia-ausente-, estos ejercicios que has realizado confirman su utilidad: saber escuchar.