Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), encanto significa, en primer término: Persona o cosa que suspende o embelesa.
La definición es perfecta: esa persona que tiene por nombre el mío también, me embelesa. Embelesar, según la RAE, es “arrebatar o cautivar los sentidos”. Ergo: mi hijo me encanta, me embelesa, me arrebata, cautiva mis sentidos.
Supongo que todos los padres sienten o deber sentir lo mismo, y me alegra que así sea. Perdonen la fatuidad, hoy escribiré de nuestro caso.
Podría decirse que la razón de mi encanto es que él se llama como yo, producto del machismo. Nada tan lejano de la verdad: muchos años no imaginé que tendría hijos, y cuando crecía en el vientre nunca me pasó por la cabeza la idea de heredarle nombre. No fue decisión mía ni de su mamá; fue su hermana, Mariana Belén, quien lo eligió. Tampoco me opuse, porque quienes lo hicieron obtuvieron la misma cantidad de negativas de la niña.
Sus atributos físicos e intelectuales, su simpatía o ingenio son rasgos que me embelesan. Solo por ellos podría decir que me encanta. Pero hay más. Lo que me seduce en grado extremo es el peculiar sentido de la vida, la etapa de la infancia que atraviesa, que disfruta al máximo en sus múltiples expresiones: dormir, jugar, jugar, jugar y jugar, ensuciarse, no comer cuando no le apetece, ver la tele o sonreír, llorar pero volver a reír, y una grandísima capacidad de perdonar o disculparse cuando es preciso.
No es mérito menor su incesante deseo de tomarse la vida tan ligeramente en serio. No tiene reparos en cambiar de roles a cada instante y disfrutarlo. Un día, un amigo que lo escuchaba parloteando feliz en casa me preguntó: ¿y tu hijo, con quién juega? Solo, le dije, solo. Se miró sorprendido.
Es usuario de la tecnología. Un día graba videos solo, otro convence a su hermana y allí están juntos inventando historias. O me pide que hagamos unas fotos de sus dibujos para tener muchos “me gustas” en Facebook, y leer los comentarios que recibe. Se inventa “hashtag” que salen de la nada, o casi: #Losgatitosreinan, #CallatePapá.
Sus piezas de Lego hoy se convierten en Jurassic Park, mañana construye un Titanic para hundirlo o les pinta bigotes en la cara. También juega con el futbolito, o quiere ser rockero y rapero, otro día profesor y escritor, o me pide que escribamos un libro que explique ¿cómo pueden caber tantas ideas en una cabeza tan pequeña?, la suya, por supuesto. En estos días está convertido en Indiana Jones y en casa, con tono casi desquiciante, silba y silba y silba y silba el tema del personaje. Entonces, cuando le llamo por su nombre me corrige: dime Indi. Y así, cada día, cambiando, la vida es todo menos monótona, o muy poquito.
Nació un 17 de octubre, como hoy, hace 7 años. ¡Apenas 7 años! ¡Mamá, la vida que le espera! Con buenas y malas, como es la vida. Yo confío, en la medida de mis posibilidades, en aportarle lo máximo para que pueda volar solo cuando llegue la hora y no deje de reír o llorar, todo a su tiempo.
La experiencia de vivir en otro país le marcó sus pocos pasos. De cara a las vacaciones con frecuencia me dice: ¡vámonos tú y yo a Argentina! Nació un día que en el país de Maradona, Messi y el Che es especial: el día de la lealtad. Ojalá, lo deseo de corazón, sea siempre siempre leal a sus principios y convicciones, a sí mismo.
Pronto, ya muy pronto, le tatuaré (o intentaré, por lo menos) en el carácter aquello que canta Joaquín Sabina como himno a la dignidad:
que ser valiente no salga tan caro
que ser cobarde, no valga la pena.
Con dignidad, he dicho muchas veces, no se come, pero se puede mirar a los ojos a los hijos sin pudores ni vergüenzas, se les puede hablar de frente y besarles sin remordimientos.
Le envidio, le envidio un montón los años que tiene por delante y las historias que vivirá. Mientras pasan, le disfruto con su sentido de la vida y del humor, le abrazo cuanto puedo y no me canso de confesarle mi amor.
alma delia
que bello a disfrutarlo