Hace nueve años, una noche como esta, fue la última de mi madre con nosotros. Aquellas horas todavÃa me revolotean y alborotan la tristeza, aunque con el paso del tiempo voy aprendiendo a dominar la pena y a recordarla con gratitud amorosa.
Esa noche aciaga la recuerdo siempre con dolor, a veces con tristeza, con nostalgia; más recientemente, esos instantes son desplazados con discreta alegrÃa, porque seguimos vivos y su recuerdo también. Por eso no quiero hacer hoy una remembranza desconsolada.
Los años, con su sabidurÃa, nos van enseñando el valor de lo que tuvimos y no estará más, de lo que tuvimos y dejamos, de lo que tuvimos y se queda con nosotros para siempre, asà sea en algún rinconcito de la memoria o del corazón.
Este dÃa una canción me zumba en la cabeza mientras imagino las manos de mi madre y los miles de gestos amorosos que tuvieron conmigo en los años que pasamos juntos, muy juntitos, como habremos de estar algún dÃa que ha de llegar pero, deseo, no pronto todavÃa.
