Pocas horas apenas en Colima, unos metros recorridos en la Universidad, lugar de mi trabajo, me dieron suficientes motivos para venir a estos parajes virtuales a contarles el beneplácito por la recepción que me regalaron en dos días de la semana anterior un puñado de buenas amigas, amigos, colegas universitarios.
A riesgo de ser inmodesto, intuía que en mi haber acumulaba varios buenos amigos, por los años de amistad o por relaciones laborales, pero las horas que pasé entre premuras por la revisión de urgencias y tareas pendientes me desmintieron: fueron más que varias (en la contabilidad íntima: muchas) las personas que al mirarme o escucharme pudieron quedarse en sus oficinas o pasar de largo con disimulo. A ninguno habría reprochado. Pero salieron a saludarme o se detuvieron al paso, y el gesto lo valoro en grado sumo.
Su respuesta fue de espontaneidad, generosidad y fraternidad que superó mis mejores pronósticos (en realidad, no tenía ninguno). A ellas, ellos, les agradezco también por aquí, públicamente, su calor y las palabras de bienvenida. En verdad, por eso y un poquito más, me siento bienvenido a casa.
Si hace tiempo ya estaba cómodo en el ambiente de la UdeC por muchas razones, entre ellas, la calidad humana de muchísimos de sus integrantes, mi regreso a ella después de una estancia lejana en la geografía, desconectado de su vida interior, agrega una motivación en el nuevo proyecto personal y profesional que simbólicamente arranca con el nuevo semestre escolar. Hoy.
Además del alimento para la satisfacción, me confirman, aunque no hacía falta, que la amistad firme y franca, la amistad, a secas, está por encima de diferencias y mezquindades. Debo confesar que también vi caritas de sorpresivo desagrado y alguna de repugnancia. ¿¡Qué se le va a hacer!?
Gracias también a estos últimos, porque engrandecen los afectos y respetos por aquellos primeros.
No me cabe duda: una media semana puede ser completa.
¡Hasta pronto!