Cuando las semanas laborales son intensas la conclusión es éxtasis. Tiempo atrás me percaté. Pero no ansío que llegue el final. Disfruto día a día. La recompensa, la pequeña pero vital recompensa llegará cuando sea merecida. Todo comienza el domingo: caminata con el atardecer y cielo cómplice, entre sombras de árboles, viento fresco acariciando la cara, sonidos ambientales llenando la cabeza, un baño relajante, una copa de vino, libro entre las manos, la luna en el cielo, los murmullos de la noche, la oscuridad invasora, el reloj vital.
Para el lunes, buen reposo y despertar con el abrazo de mis hijos llenan el tanque de combustible. Lo demás es tarea personal. Mi equipo de trabajo (el posesivo es una forma del compromiso) lo hace más fácil. La agenda se va despejando y los resultados dicen que avanzamos, que damos primeros pasos firmes, pequeños pero necesarios. Y así transcurren las jornadas, del lunes al viernes. En el camino dejé las energías puestas en cada acción. Nunca repito la misma presentación de un tema, la misma conferencia. Aunque lo parezca, en cada una busco la singularidad, y en cada una va invertida cada gota del esfuerzo. Siempre. Cuando aparece un compromiso extraordinario, como en la semana que muere, el desgaste va más allá. Un panel, una mesa redonda no es una línea en el programa. Es compromiso, desafío, privilegio, oportunidad; todo a la vez. Más.
La semana estuvo llena de eso. El final me dejó exhausto. Llegué al sábado con el sabor de un viernes desbordado, de horas maravillosas, de sabores, humores, colores, imágenes y palabras únicas. De abrazos infinitos, de confirmaciones amorosas.
El sábado me recibe con manos extendidas. Me recargó urgido. Sentado frente a la pantalla enciendo el canal favorito. Busco la música que siento y dejo que se mezclen emociones. Y así, varias horas después, encuentro el atardecer. La música sigue; dubitativo, divago entre recuerdos de la noche previa y otros que vendrán prometedores. Levanto la copa, agradezco a la vida que me permite escribir en el teclado diminuto, mientras escucho la música predilecta, inundado de recuerdos, acodado en el bar de las intimidades vitales.
Selene Magaña
Me encanto gracias por compartir