Juan, un antiguo y viejo colega cuyo nombre es ficticio, me contó el secreto de su lozanía. Mientras esperábamos la reanudación de las actividades en el congreso nacional de investigación educativa, en Chihuahua, con su amena conversación me explicó a qué atribuye su buen estado anímico.
Un hobbie como coleccionista de objetos de su oficio le mantiene entretenido. De sus últimos hallazgos me habló emocionado. El segundo hecho es no leer diariamente noticias. Solo dos veces por semana, no más, enfatizó. Lo primero me sorprendió gratamente, lo segundo primero me dejó perplejo, después pensando y confundido.
La confesión puede ser políticamente incorrecta, o como quieran calificarla, pero en el oficio de un investigador educativo de importancia, entre sus colegas más recalcitrantes podría merecerle denostaciones, por eso me guardo el nombre.
Dos semanas estuve mascullando aquella conversación. Ya tenía conmigo esa sensación de que en este lugar del mundo, el periodismo más abundante lo alimentan las declaraciones de los políticos, y como no rezuman inteligencia, sabiduría o buen humor, poca gracia tienen ellos, sus declaraciones y las noticias.
Además, leer lo mismo en estos tiempos de boletines de prensa y periodismo barrial, o escuchar la noticia que primera es entrevista, luego declaración y al día siguiente noticia de lo ocurrido, la tarea de estar informado es muy aburrida y, francamente, pérdida de tiempo.
Frente al alud que nos viene encima con las nuevas campañas hoy declaro, solemnemente, que seguiré el consejo de mi amigo Juan al pie de la letra. No aspiro a ser feliz con ello, ni a cambiar el mundo, solo a mantener mi desadaptación a una sociedad con preocupantes síntomas de enfermedad.