Introito
Esta historia es ficticia en sus detalles. Tal como se narra no ocurrió, pero pudo suceder. Sus generalidades son comunes, desgraciadamente reales y evidencia de nuestra funesta cultura burocrática.
Nadie debe ponerse el saco. No está pintada con un rostro particular, además, en Colima y en esta época del año (bueno, en todas), el saco es tan extraño como la nieve en Tecomán o el huracán Carlos en Manzanillo.
Historia mínima
Dispuesto a resolver mi problema, hago una pausa en la jornada. Tomo el teléfono y llamo de nuevo. Es mediodía. Al otro lado una voz agradable responde. Ya me resulta familiar, después de tres o cuatro intentos.
-¿El licenciado Fermín ya está por ahí? Le pregunto, para dejarle en claro que sé que no estaba.
-No, fíjese que no llega todavía.
Instintivamente miro de nuevo el reloj en mi mano derecha.
-¿Y a qué hora estará?
-Ay, no lo sé, pero mire, ya tengo sus datos, y cuando venga le comento para que le regrese la llamada. Es usted el doctor Yáñez, ¿verdad?
Abro un paréntesis silencioso y pienso que mi ignorancia me impide entender el argot telefónico, o burocrático. ¿Qué quieren decir, pienso, con eso de “regresarme la llamada”? Y es que, cuando lo escucho, nunca nadie me regresa nada.
La voz en el teléfono me regresa a la realidad.
-Yo le aconsejo, acomete cómplice, que lo busque mañana.
-Sí, claro. ¿Y a qué hora podré encontrarlo?
-Temprano.
La voz me alegra. Normalmente a las 8:05 ya estoy con el café humeante sentado en mi silla de la universidad. Para no dejar duda, suelto la interrogante.
-¿Y qué es temprano?
-Las 10:30. Llame a esa hora, seguramente ya estará aquí.
-¿Eso es temprano? Mi respuesta es políticamente incorrecta, descortés, pero fue automática. Ella recula y corrige.
-A las 10, a las 10 ya debe estar aquí.
-Ah.
Hasta aquí. Supongo que este diálogo es inusitado, que a la gente no le pasan cosas así. Y supongo, en plan pesimista, que eso nada más le sucede a mi mala suerte.