Mi jornada semanal será intensa, preludio de otra más complicado. Así comenzó el lunes, así continuará. Desafiante. Preparo ahora un curso y en ello me concentro la mayor parte del día, con breves pausas para otras actividades y despejar la papelera mental. En una de esas, hoy leí un artículo de El País, a propósito de los beneficios del aburrimiento, entre otros, no hacer nada, lo que da paso a la reflexión, al silencio, al diálogo con uno mismo, tan necesario como atemorizante en sociedades habituadas al escándalo.
La lectura sobre el aburrimiento y sus beneficios me remitió a aquel extraordinario texto de siete minutos que leyó Eduardo Galeano en un canal de televisión española, sobre el derecho al delirio. No hay comparaciones, quede claro; pero la reminiscencia fue automática.
El aburrimiento podría ser elevado a la condición de derecho, especialmente para hacerse efectivo, obligatorio, por qué no, entre los más pequeños de ciertas condiciones, que fuera de los videojuegos, la televisión, la computadora o un nuevo juguete poco encuentran divertido; y entre los adolescentes, cambian algunas distracciones, para sumar otras, como las drogas, el alcohol o la violencia. Y todos, o casi todos, sólo encuentran diversión en la fugacidad, la espectacularidad, la velocidad.
Hace tiempo leí que a mayor grado de insatisfacción con uno y con el mundo, las vacaciones suelen ser más caras. Me pareció un argumento perfecto para justificar por qué no necesito demasiado para divertirme o pasarla bien. Claro, con hijos pequeños es complicada la tarea y habrá que emprender un largo proceso de inciertos resultados.
Hoy mismo, ayer, en estos días, cuando el mundo se pone en pausa, cuando el silencio se instala y las televisiones visten de negro, mis hijos se extrañan y piden que el mundo sea más divertido. Entonces tengo que sacar mi vocación pedagógica, con resultados a veces desafortunados, pero espero, sueño, deliro, en que un día puedan quedarse como yo, sentados frente a la televisión sin la tentación de encenderla, o con un libro entre las manos, lejos de los controles del televisor. Así damos paso al diálogo interno, la reflexión, el recuerdo, la inspiración, el agradecimiento, la nada.