Ayer escribí en esta página de las recompensas que el oficio de enseñar nos regala cada cierto tiempo. Lo hice para compartir mi alegría por la publicación de los artículos de dos jóvenes talentosos y prometedores estudiantes de pedagogía. No voy a repetir la historia, aunque conservo el grato sabor.
Hoy me sucedió de nuevo, esta vez con la doctora Mara, María de los Ángeles Rodríguez, colega en la Facultad, quien se acercó para comentarme que quería hablar de mi último libro. Intrigado esperé el momento y conversamos gratamente. Ella había leído y señalado algunas páginas, tenía anotaciones y fue desgranándomelas con honestidad, confianza y la madurez que debe imperar en los espacios académicos como los de una universidad.
Aquí un contrapunto, allá la confesión de un desconcierto por una idea no vista antes, acá un cierto pesar, así transcurrió casi una hora.
La sesión me regaló la satisfacción de saber que alguien lee tu libro, le gusta o discrepa, o las dos cosas. Un aprendizaje valioso e inédito que valoro sobremanera. Un ejercicio que los colegas tendríamos que repetir para enriquecernos y aprender de otras formas de pensamiento.
Lamentablemente pasa que no sabemos qué escribe, investiga o publica el colega que trabaja todos los días a cinco o quince metros de nosotros. Me temo, también, que si no estamos muy interesados en el diálogo con los colegas, algo semejante podría suceder cuando estamos frente a los estudiantes. Y sin diálogo, sin comunicación, la enseñanza se vacía de una buena parte de su sentido.
arthur edwards
Bonita reflexión, gracias.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Gracias Arthur, un abrazo!
Luis porter
Cuando nuestros colegas nos conozcan por nuestras obras, y no por los chismes de pasillo, la comunidad universitaria crecerá en su dignidad y respeto por los demás. Un factor altamente negativo de la universidad es la grilla confundida con política y la falta de comunicación entre sus miembros, incluyendo a los estudiantes. Hay que leernos, lis unos a los otros, para querernos mas y mejor.