A veces me da por pensar lo contrario de la marea humana. Hoy, por ejemplo, repaso los sitios más tristes para vivir la noche de la Navidad. No quiero ser un aguafiestas, y no lo seré, pero tampoco me pasa por la cabeza intentarlo.
Más que dónde pasaré esa noche, o los regalos de mis hijos, me dio por reflexionar en dónde no quisiera pasar una navidad, y no porque me derritan las campanitas, las músicas de temporada o los arbolitos fosforescentes.
Iré al grano. Creo que una prisión, un campo de guerra o un hospital son los peores sitios. En cualquiera de sus variantes: como recluso o internado, o sufriendo la pena de una persona querida.
No, en verdad no quiero insistir, pero a veces hacerlo es una forma inigualablemente perfecta de valorar la libertad, la salud, la alegría.
Ojalá nadie de los que me lea tenga que experimentar una pena así, y si la tiene, que pronto salga del trance.