Anoche tuve un sueño, o una pesadilla. No lo sé de cierto. Se los cuento enseguida, como si fuera real, porque del tema he conversado con varias colegas y compañeros; en conclusión, compartimos inquietudes e indignaciones, por eso creo que vale la pena.
Juan Carlos me mostró su examen de Informática, cuarto grado. Su calificación no es para presumir, por su inteligencia y talento en distintas áreas, dicho eso lejos del papá consentidor. La calificación me fastidió, lo confieso. Luego vi el examen y reduje mi malestar, o cambié de destinatario.
Es una clase de Informática, cuarto grado, voy a repetirlo para que quede claro. Una porción del examen es lo mismo que estudió desde preescolar; sí, desde preescolar. En el examen de cuarto grado de primaria estudian las partes de la computadora, o sea, CPU, ratón, bocinas, monitor, tipos de computadora, las teclas y sus funciones, entre otras cuestiones muy trascendentes.
La primera pregunta que me asalta es por el tipo de examen: ¿por qué no un examen práctico? Una demostración; por ejemplo, que les pidan encender la computadora, abrir un programa y realizar una actividad inteligente, darles un tiempo y evaluar lo hecho. ¿Es muy complicado?
En otros momentos he visto esta clase de exámenes que ahora tengo en las manos, hechos (malhechos, a veces), en donde no queda claro si miden conocimientos o agudeza visual, por la pésima impresión de la prueba, cuando más niños van a la escuela con lentes. ¡Exámenes reprobados que con la mano en la cintura juzgan sin pudor a los estudiantes!
La calificación, que ya me resulta indiferente a estas alturas del partido, queda en tercer plano. El fin de semana largo, mientras yo trabajaba y Juan Carlos estaba concentrado, ese niño al que le da lo mismo si una tecla va para adelante o para atrás, me llamó emocionado: ¡mira papá, estoy haciendo una animación! Me distraje de la pantalla y miré la tableta: planeaba 35 diapositivas con animaciones para darle vida a un “monito” que se estrellaría contra una pared, simulando un movimiento en cada una. Ya llevaba diez u once. ¡Claro: estudiar teclas, monitores, cepeús o teclas numéricas debe ser aburrido!
Pues eso, un niño que está imaginándose cómo crear una animación merece un ocho, por no diferenciar si la tecla “Supr” sirve para esto o para maldita cosa, cuando, con esa denominación, no existe ya la tecla en un teléfono o tableta.
¡Con nueva o vieja escuela la cosa sigue siendo igual para muchos! De lo que se trata [espero que no lo aprenda] es de obedecer y responder fielmente lo que exige un examen del siglo 20 en el siglo 21, con profesores en el limbo.
¿Reclamo diez de calificación? No. Nada más una enseñanza actualizada, que les haga dar unos pasitos para adelante, que les enseñe a usar de otra forma la computadora o las tabletas; no menos, solo un poco más. ¡Y si no se puede, que no los regresen al siglo viejo, por favor!
José Manuel Ruiz Calleja
No es un asunto nuevo, pero ahorita hay que entender que nadie puede saber hacer si no sabe, pero seguimos evaluando por los conocimientos adquiridos sin darnos cuenta que podemos recitar todos los ríos de México o los huesos del cuerpo humano sin saber para qué nos sirve ese conocimiento, porque no sabemos hacer nada con el conocimiento adquirido si no somos capaces de aplicarlos, de saber hacer algo con ellos. Entender la “transferencia del conocimiento” es algo que resulta clave para entender nuestra labor de formación de las futuras generaciones de ciudadanos.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Sí, es verdad, doctor. No es un asunto nuevo, por eso me preocupa más, porque tendríamos que haberlo dejado en algún capítulo del pasado y transitar a momentos más relevantes, a desarrollar esa capacidad de transferir y aplicar conocimientos con sentido.
¡Saludos afectuosos!
Socorro Cervantes
Creen algunos, corrijo: muchos, que “deben evaluar los aprendizajes del programa” craso error cuando lo importante es que nuestros alumnos aprendan a aprender, a hacer, a ser y a convivir. Pero, éso sólo lo aprenden para repetirlo en un examen, el cuento de nunca entender. Saludos Dr.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Uno de muchos lamentables errores que seguimos cometiendo en una historia interminable, como la de la cándida Eréndira.
Saludos, buen fin de semana.