Esta mañana observé una entrevista a Victoria Camps, filosofía catalana. 35 minutos de reflexiones para pensar y replantearse distintos temas: educación, política, cultura, filosofía, el modelo de sociedad o la comunicación; todos repasados con agudeza.
Hacia la parte final la doctora Camps se cuestiona: qué político, cuando se le pregunta algo, contesta: no lo sé, tengo que pensarlo. Ninguno, responde de inmediato. Continúa: sin embargo, a la gente eso no le sentaría mal; pensaría: por lo menos piensa.
Los políticos son de otra clase. Prefieren inventarse respuestas, con mayores o menos evidencias, con más o menos cinismo, con más o menos grados de irresponsabilidad. Buscan clavar certezas, jamás reconocer falencias.
He rememorado el pasaje a lo largo de la mañana, en algunos momentos, y no recuerdo a algún político mexicano prominente decirlo sin rubor y con mucha honestidad ante un cuestionamiento: no lo sé, no lo he pensado, no lo hemos analizado…
Y así van ellos, dando tumbos verbales y enlodando su prestigio, sobre todo, arrastrando a una sociedad que mayoritariamente prefiere adorarlos como mesías o fustigarlos aunque no lo hagan tan mal.