He pasado la tarde en Buenavista, Cuauhtémoc, conversando con David Gildo, jefe de la Misión Cultural 61.
Conocí la Misión hace tres meses y durante este lapso estuve el tiempo suficiente para comprender la trascendencia de la obra pedagógica creada por José Vasconcelos hace casi 100 años, y la generosidad de los misioneros que ahí laboran, en condiciones durísimas a veces, sin confort alguno, más cerca del olvido y la indiferencia.
Hemos pasado varias horas conversando, en su espacio, lo menos lejano a una dirección que pueda imaginarse cualquier lector bienintencionado, o recorriendo las calles del pueblo, entre la basura en las esquinas, la mierda de los perros por todas partes y las camionetas que nos saludan al paso.
Ahí, donde la adversidad se enseñorea, gente como David y la maestra Celia, y todo el grupo de misioneros, cada tarde contagian a quienes confían en la Misión Cultural. Las huellas de David están en los grupos musicales que formó en todas las comunidades que lo vieron trabajar diligente y comprometido durante tres décadas.
Una labor extraordinaria que ignoraba, que valoro ahora y contaré en todas partes donde sea posible y necesario.