Leo con mezcla de sentimientos las circunstancias en que transcurre la elección de los responsables del organismo que sustituirá al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
La indignación y preocupación que advierto en Twitter reafirma mi hipótesis inicial, que Esteban Moctezuma avaló en su visita al ex INEE el 17 de mayo: un organismo a modo, capaz de cuadrar los datos cuando sea preciso. No abundo. Quisiera estar rotundamente equivocado.
El anuncio de las listas de los aspirantes a la Junta Directiva y al Consejo Técnico me sorprendió, no por el anuncio, claro, sino por los nombres. Esperaba una relación que desmontara aquella hipótesis. No conozco a la gran mayoría, a los que sí, tampoco me inspiran entusiasmo.
La segunda decepción personal vino con el conocimiento del centenar de candidatos que no fueron admitidos a los concursos, luego, el descubrimiento de irregularidades y trampas de algunos aceptados. Es inaudito. ¿Quién hizo las listas difundidas? ¿Con qué criterios?
La negativa a reponer el proceso de selección, sin argumentos ni transparencia, es la peor señal que podría enviar el Senado, empeñado, parece, en anidar desconfianzas que terminarán por deslegitimar a los eventuales elegidos y, sobre todo, el organismo.
Discutía con un colega acerca de las razones de la trampa y la desinformación del caso. Él, desde el terreno de la comunicación; yo, de la educación, cada quien con sus énfasis, pero coincidíamos en un punto del intercambio: la irrelevancia de la educación para quienes tienen en sus manos, en alguna medida, el rumbo del país y el diseño del futuro sistema educativo.
Triste panorama.