Mientras espero turno en Radio Levy escucho en el auto la entrevista sobre los usos probables del antiguo campo militar de la calzada Galván, en la capital del estado. Las opiniones de los expertos se escucharon y habrá más, hasta lograr los acuerdos para dar los siguientes pasos.
Me parece fantástico que se tomen en cuenta las opiniones de especialistas; si eso sucediera en otros ámbitos, seguramente las erratas en las políticas públicas disminuirían. Pero me temo que hay una gran ausencia. Falta un actor clave, invisible lamentablemente en estas decisiones, pero el más importante en muchos sentidos: los niños, sí, los niños, los pequeños que se verán afectados o beneficiados en mayor o menor grado con la decisión.
Desde mis recuerdos de aquellas imponentes instalaciones, arboladas, verdes, no tengo un sitio más maravilloso en Colima para que los niños pasen tardes y mañanas enteras jugando libremente el mejor de todos los oficios: ser niños.
Ojalá a alguno de los que decide se le ocurra preguntarse: y los niños, ¿qué quisieran en ese lugar? Parecerá nimiedad, un gesto pueril, pero quien así piense padece notable desinformación. Ciudades europeas y latinoamericanas no construyen parques o sitios públicos recreativos sin antes llamar a su parlamento infantil, pedirles sugerencias y, cuando es preciso, trabajar conjuntamente niños y arquitectos. No me lo crean, lean a Francesco Tonucci, experto mundial en el proyecto de la ciudad de los niños.
La opinión de los adultos es muy respetable, pero quienes disfrutarán durante más tiempo ese sitio son ellos, los más pequeños; además, es su derecho.
Tonucci es sencillamente preclaro: una ciudad que es buena para los niños, es también buena para los adultos.
¿Daremos buen ejemplo?