La semana pasada observé un panel sobre educación, escuela y familia en estos tiempos de pandemia. Participaron Mariano Fernández Enguita, desde España, y Mariano Narodowski en Argentina; ambos, reconocidos expertos.
La pregunta central era simple: ¿es posible educar en cuarentena? Durante la hora o poco más que duró la transmisión tomé notas y subrayé aspectos. Algunas cosas sabía, otras las aprendí.
Entre lo que conocía y reconfirmé destaco una idea; pónganla en negritas: en esta época de instrucción fuera de la escuela, no se puede y no debe trasladarse el aula a la casa. Por principio, es vana la intención, porque la relación es distinta, los sujetos tienen otras responsabilidades: en el hogar hay hijos y padres, no alumnos y maestros.
En las escuelas los maestros tienen la responsabilidad de enseñar unos programas y contenidos, en casa, mamás y papás seguimos trabajando, si tenemos ese privilegio, y nos corresponde otra clase de contenidos y actividades.
Pero tengo la impresión de que esta pandemia está desnudando también la crisis de ideas en que vivimos en el sistema educativo.
Esta mañana recibimos las reglas de la escuela de mi hijo para la cuarentena. Sin un saludo, sin una introducción, así nada más, nos recetaron las “reglas”: que a las clases en línea en una plataforma de moda se entra a la hora indicada, que no deben hacer ruido, que todo mundo debe estar callado, el micrófono apagado, que es obligatorio escuchar las videoconferencias… es decir, todo lo que debemos hacer. Paulo Freire le llamaba educación bancaria; esto fue a la mitad del siglo pasado.
Todo puede decirse, por supuesto, pero hay maneras, y cuando solo importan las reglas y orden formal, se vacía la pedagogía, vitalidad pura.
¡Menos mal que no me ordenaron organizar una ceremonia cívica o entregar premios de disciplina y limpieza!