Este fin de semana, envuelto en la bulimia de tareas del diplomado en francés que curso en la Universidad, caí en la cuenta, en carne viva, que la gramática es un obstáculo para el aprendizaje de las lenguas, por lo menos en primera instancia. Habrá quién disfrute los meandros gramaticales, pero yo los sufro. Lo confieso desde la ignorancia. Estudiando el francés como otra lengua, por el gusto de leerlo y escribir algunas oraciones sencillas, nada más que por placer, me pongo a temblar cuando doy vuelta a la página y aparecen los temibles ejercicios de gramática. Entonces, recuerdo lo que leí hace mucho tiempo: si para hablar nuestra lengua tuviéramos primero que saber de gramática, aprender tantas y tantas reglas, unos seríamos tartamudos y otros imbéciles. Viceversa. O ambas cosas.