Cuando vi que la presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos proponía convertir al organismo que preside en una procuraduría de los pobres pensé que era feicnius, otra mala onda de los perversos adversarios de la cuartatransformación. No le di importancia ni me detuve a leerlo. Hoy veo que la cosa no fue lapsus y va en serio. ¡Pero qué maldita necesidad, digo!
Pensar en los pobres está muy bien. Según las cifras publicadas por el Consejo Nacional encargado de esas mediciones, alrededor de la mitad de la población vive en la pobreza. Entre paréntesis: tengo los datos precisos entre 2008 y 2018, pero evito fastidio numérico. Dicho eso, entonces, que el presidente y sus políticas apunten a priorizar la condición de la mitad del país es una noticia que debemos aplaudir y apoyar. La puerca tuerce el rabo cuando vemos que las estrategias apuntan a aplanar la curva entre ricos y pobres, haciendo que todos tengamos nada más que unos zapatos, unos pantalones y comamos arroz, frijoles y tortillas, sin cosas exóticas.
Mi pobre hipótesis es más sencilla: produzcamos riqueza, mucha riqueza, desconcentremos ganancias y suprimamos la expansión del pobrerío, pero con un proyecto de desarrollo económico para el siglo XXI (porque aquí vivimos), con políticas fiscales, con redistribución justa y no con dádivas para clientelas electorales.
Las sociedades justas no son las que tienen más becas ni más beneficiarios de programas sociales, sino aquellas que las suprimen porque todos los ciudadanos resuelven sus necesidades elementales; y los que no pueden, por cualquier circunstancia razonable (ser huevón o militante partidista no entra aquí), reciben apoyos públicos en tanto se resuelve el problema de fondo.
El mejor gobierno y más progresista, pienso desde mi ignorancia bienintencionada, no es el que reparte más útiles escolares, uniformes o becas, sino el que procuró que todos puedan hacerlo valiéndose por sus medios. Y sí, lo dije antes, para que no me reclamen.
En fin. El rodeo ya se hizo largo. Si tenemos una procuraduría de los pobres, entonces, ¿habrá que crear la de los menos pobres, o clase media? O sea, ¿quién defenderá los derechos humanos de la otra mitad de la población que no tiene el infortunio de la pobreza? ¿Y los ricos no tienen derechos humanos?, ¿por ricos o por inhumanos?
Dicen que leer no quita lo imbécil, pero tampoco hace daño, excepto que uno lea solo novelas de caballería y termine convertido en un quijote delirante que destroza molinos de viento, como gigantes malvados del neoliberalismo.
¡Que no nos vendan espejitos!