Esta mañana fresca, en una pausa de la corrección de mi libro, leí las últimas páginas de El miedo del portero al penalti, de Peter Handke.
Desde las líneas iniciales me sorprendió la escritura del Premio Nobel de Literatura 2019; no lo conocía. Su agilidad desbordante, la extraña (para mí) musicalidad de sus párrafos, delirante por momentos, me atrapó en las desventuras o aventuras de Josef Bloch.
Las páginas finales de la historia me recordaron un pasado casi perdido en la vida deportista: los años de portero en el futbol, los primeros, hasta que mi padre, fastidiado por los raspones y maltrato a la ropa, me puso el ultimátum: ¿cambias de posición o de deporte? Adelanté unos metros y desde entonces jugué principalmente en la mitad de la cancha, lejos de la portería contraria y cómplice de los defensas de mi equipo.
Quizá por ese atavismo, al leer a Handke, celebré el instante en que el delantero tiró el penalti mansamente a las manos del portero inmóvil, vestido con una camisa de “amarillo chillón”.