Las últimas horas laborales, es decir, todas las de la semana, han sido de una intensidad que no había experimentado en muchos años. La carga de tareas por calificar fue inmensa, con solo 23 estudiantes en el grupo de licenciatura donde trabajo. No me resisto a que cada uno de sus reportes merezca de mi parte menos atención de la que, creo, pusieron ellos; así que no puedo solamente pasar los ojos por las hojas como si revisara un papel sucio que va directo a la basura. Cada uno merece atención, comentarios, correcciones.
La carga fue considerable durante semanas, para ellos y para nosotros. Mi primer pensamiento luego del viacrucis es que, habiéndolo hecho con seriedad para cerrar el ciclo escolar en curso, los profesores debemos redoblar el esfuerzo si el próximo semestre trabajaremos parcial o totalmente en línea, para dosificar mejor contenidos y ofrecer las actividades más relevantes que produzcan aprendizajes.
Algunos alumnos tendrán que hacer examen ordinario, inevitablemente, por desempeños deficientes o por falta de cumplimiento de tareas. Conste: no soy partidario de convertir a la docencia en una carrera de obstáculos para alumnos. Muchas veces escuché, sigo escuchando a colegas o amigos que me dicen: ¡ponles 10 a todos! Y yo sería feliz poniéndole 10 a todos, porque esa tendría que ser la meta de todos los profesores, que cada estudiante sea capaz de demostrarnos que logró aprender lo que propusimos, o que fue capaz de otros aprendizajes más relevantes. Sí, lo digo sin pudor: los profesores tendríamos que buscar que todos los estudiantes obtengan un 10 bien entendido, como resultado de aprendizajes y no por flojera del maestro.
Ayer terminó mi periplo de calificar más de 100 trabajos en pocas horas, no sé cuántos cientos de páginas; el esfuerzo descomunal me dejó exhausto, pero no tenía tiempo de parar a mirar el cielo o caer la lluvia. Hoy me esperaba una conferencia con los colegas de la Universidad Autónoma de Coahuila. Pasó ya y aunque quisiera descansar, en un ratito nada más tengo mi última sesión de ese curso que imparto en la Universidad. Luego vendrá una pausa brevísima para dar paso a lo que sigue, entre otras cosas, un panel este viernes por la tarde.
Estoy cansado mentalmente, sí; estoy exhausto de tantas horas que pasé sentado, pero siento la emoción que concede el privilegio de practicar un oficio extraordinario que nos ofrece la oportunidad, cada día, de sufrirlo o vivirlo como una aventura. No sé si tengo que contarles cuál fue mi respuesta.
¡Salud!