Hace dos días subí una página de mi Diario 2020 a Facebook y me gané un par de comentarios acerbos por el contenido. Ahí están para quien los quiera leer. Respondí lo más cortés posible, aunque pude meter el acelerador a la hora de elegir adjetivos virulentos. Confieso que me divertí mientras la escribía, y eso, en los tiempos que corren, es ganancia. Las discusiones, cuando son inevitables, hay que darlas; cuando no, eludirlas. Esta era una de esas y no sobra el tiempo para bisuterías.
El incidente me trajo a la memoria una entrevista a Juan Villoro, que escuché mientras esperaba largo rato afuera del Banco Santander hace un par de semanas. En algún punto, Javier Alarcón, el entrevistador, le pregunta a Villoro por el gobierno actual y las críticas que recibe. Como es habitual, Villoro respondió magistralmente. Parafraseo. Decía Juan, en la crítica (seria y fundamentada) hay intención de contribuir. Cuando criticas, señalas una errata o indicas una deficiencia al sujeto u objeto de la crítica, y estos, tendrían que procurar enmendarla si consideran prudente. En ese sentido, la crítica tendría que ser bien recibida siempre y, en extrema gentileza, agradecida por el criticado, pues gracias a la mirada del otro, descubre lo que tal vez no percibió, pasó por alto o se comportó en la realidad de forma distinta al plan.
La primera conversación que tuve con Pablo Latapí la recuerdo por dos detalles: sucedió en la Universidad Pedagógica Nacional Unidad Ajusco y me dejó una lección imborrable; me dijo: el que no piensa como yo, me ayuda. Clase de sabiduría en un minuto.
En efecto, la suscribo sin dudarlo. Pasado el primer momento, que puede ser amargo o doloroso, la crítica ayuda, coloca un espejo, te orienta como persona, profesor, gobernante, servidor público o periodista, para observar los errores probables que cometes.
Hoy, la crítica se entiende habitualmente como estar en contra de las ideas y de las personas. Craso error: las ideas en esencia son discutibles, las personas siempre son respetables. Cuando la negamos, perdemos la riqueza mayor de la crítica: convertirla en un punto donde dos posiciones se encuentran y pueden enriquecerse desde la discrepancia.