Es lamentable e injustificable la confesión del presidente de la República. Es criminal. Entiendo lo dicho desde un helicóptero: entre inundar la capital de Tabasco, con más de 800 mil habitantes, o al pobrerío, unos cuantos, era mejor lo segundo. Además, indígenas. Los daños serían dispensables. Esos menos, curiosamente, son aquellos que le sirvieron en la campaña y ahora, cuando pregona que “primero los pobres”. ¿Cuál es la justificación para esa decisión?
Cuando los tabasqueños, algunos, acusaron a Manuel Bartlett por las inundaciones, el presidente lo defendió como a niño bueno. Dijo que no, que cómo creen, que no sean mal pensados, que siempre ha sido alma bondadosa y buena onda.
Ese video que circuló desde la madrugada desdice, contradice, acusa. La decisión del presidente, por las formas e implicaciones, es un hecho que sus acólitos podrán justificar, hasta aplaudir, pero la historia y la justicia no.