Hay días en que cuesta mucho mantener el optimismo. En tiempos de pandemia, la misión a veces es imposible. Como hoy. Leo en un portal noticioso y a mi cansancio de cada lunes sumo impotencia: “Alarmante robo de material en las escuelas del estado”, titula la nota, sobre una entrevista con el director del Instituto Colimense de la Infraestructura Física Educativa.
Aunque la información es escueta y focalizada en Tecomán, el comienzo denuncia robos en las escuelas de todo el estado.
Los objetos hurtados favoritos: materiales eléctricos y equipos de cómputo.
El robo es delito. Se sabe. Pero robar a instalaciones públicas que prestan servicios como los de salud o educativos ameritarían persecuciones y sanciones mayores, por los daños patrimoniales y la situación de indefensión en que colocan a las instituciones escolares.
Las necesidades sociales, el hambre, el desempleo o la desesperación pueden explicar los móviles del robo a las escuelas, pero los daños que causan son imperdonables. El presente de las escuelas es el futuro de las sociedades; sin un presente promisorio, cancelamos parte del futuro.