Soy aficionado al fĂştbol por mi padre. Él lo jugĂł y me enseñó a querer los colores de un equipo, el más mexicano, como reza uno de los refranes de las Chivas. Desde pequeño, aunque jugara otros deportes, de lo poco que podĂa probarse en mi pueblo, volvĂa siempre a la cancha verde y enorme del Carlos SeptiĂ©n para ver al SecciĂłn 82 y, cuando llegĂł el momento, vestirme el uniforme a rayas verde y blanco en todas sus categorĂas, hasta la máxima, los domingos a las 4 de la tarde, hora estelar.
No tuve la fortuna de ver jugar el “CampeonĂsimo”, el legendario equipo que alguna vez podĂa repetir de memoria, desde la porterĂa del “Tubo” GĂłmez hasta la temible delantera de HĂ©ctor Hernández o Chava Reyes, entre otras figuras superlativas. Cuando se cerraba su ciclo, nacĂ, pero mi padre lo recordaba y crecĂ con ellos.
Este mediodĂa entrĂ© a Twitter y vi la triste noticia de la muerte de uno de aquellos Ădolos: Tomás Balcázar, mundialista que más gente joven conoce hoy por ser el abuelo de Javier Hernández, “el chicharito”. Tampoco lo vi anotando goles, por supuesto, porque se retirĂł una docena de años antes de mi acta de nacimiento. Él ya no jugĂł en el CampeonĂsimo, pero auxiliaba desde la banca.
Cuando leĂ la noticia hoy pensĂ© en mi padre. Fue mi primera imagen, con un huracán de recuerdos. Estará triste si ya lo sabe. Si lo ignora, no quiero darle la noticia triste. Don Carlos no dirá mucho. Siempre ha sido asĂ: tĂmidamente feliz en la victoria; silencioso en la derrota o la tristeza. Hoy estará triste y yo tambiĂ©n por partida doble, por don Tomás y por mi padre.