Empecé a corear el “2 de octubre no se olvida” cuando llegué a la universidad. La frase tantas veces repetida me acompaña desde que tropecé con los libros de Carlos Monsiváis y, sobre todo,
El conflicto en la Federación de Estudiantes Colimenses evidenció dos de los rasgos menos edificantes de nuestras sociedades. Por un lado, el poco respeto o, incluso, el desprecio a los jóvenes