Dos circunstancias fortuitas me regresaron a la vida de hace un lustro. La primero es que para mis lecturas literarias matutinas elegí las obras completas de Albert Camus. Empiezan con El extranjero, luego El mito de Sísifo y sigue La peste. Ahí estaba, releyendo ese estremecedor relato cuando, en varios mensajes, Salvador Silva, Chava, me pedía información sobre el origen y creación del libro colectivo Cuando enseñamos y aprendimos en casa. La pandemia en las escuelas de Colima, que publicamos justo hace cinco años, en medio de ese periodo desasosegante que vivimos en el mundo.

No sustituí una actividad por otra; leo por placer en las primeras horas de la mañana, otras por las noches, antes de dormir, así que aproveché una pausa de la jornada laboral para buscar las carpetas y luego los muchísimos correos que intercambié con Rogelio Alonso, coordinador conjunto de la obra, y con otras personas implicadas. Tomé una hoja de reuso y mi pluma para asentar todos los datos que pudieran reconstruirme lo solicitado.

Me sorprendí de la fragilidad (o maravilla) de la memoria, que había olvidado aspectos menores, algunos incómodos; más todavía, me emocionó revivir esos días en los cuales, azuzados por el miedo, cada cual buscaba asideros para la esperanza. Entre muchos que encontré, en los primeros meses de la pandemia, estuvo ese libro que nos permitió abrir una ventana, o varias, para atisbar momentos que reconfortaban o mostraban el espíritu de entrega y la pasión docente de los colaboradores de aquella obra.

Hecha la relatoría improvisada que envié a Chava, al día siguiente volví a La peste, y entre la desesperación y la desesperanza contagiante que azota a los pobladores de Orán, esta vez, con un sentido distinto de la empatía, menos lúgubre, y con el recuerdo memorable de aquellos meses en que enseñamos y aprendimos en casa.