Si el trabajo dignifica al hombre, por qué se aburren tanto, preguntó al aire Joan Manuel Serrat en un concierto de 1983. Escuchándolo recordé uno de los primeros correos electrónicos que leí a mi regreso de las últimas vacaciones. El correo decía, palabras más palabras menos, lo que sigue: “Estimadas y estimados, espero que hayan pasado excelentes vacaciones. Bienvenidos a la realidad”.
Quién lo escribió no importa, en realidad es intrascendente. Y si me lo preguntan, creo que ya no lo recuerdo, pero me temo que otras muchas personas habrán redactado algo semejante a sus múltiples amigos, colegas, empleados, súbditos o superiores.
“Bienvenidos a la realidad”. Y la realidad, supongo, es el trabajo, el trajín cotidiano, las tareas y obligaciones de todos los días. Apenas leído sentí pena por la autora del mensaje. Pensé: qué desgraciada forma de vivir la vida, si dichas palabras pueden aplicarse. Es cierto, la vida tiene demasiados problemas, y hasta Mariana Belén, con sus cuatro añitos y medio, ya lo advierte.
Podríamos decir, por ejemplo, que el mundo va terminar aplastado, entre otras desgracias, por la basura que tiramos a la calle, o achicharrado por el cambio climático. Pero es el mundo que nos hemos merecido, no hay otro, y a pesar de todos los problemas, no deja de ser maravillosa la experiencia de estar vivos y disfrutar, por ejemplo, un par de hijos, un buen libro, una canción, una copa de vino, una noche fresca o tirarse entre nubes de ocio.
Aunque cada uno vive la vida como quiere, y es muy respetable, tengo la certeza de que “vivir” sólo durante las seis o las ocho semanas de vacaciones, o los días de quincena, es una forma tristísima de habitar el planeta, o es lo mismo que habitarlo en estado vegetativo. Pienso con un poquito de pesar –ya lo dije, ya lo dijo Serrat: cada uno es como es- en esas personas desgraciadas que cada lunes lamentan regresar a la realidad, como lo harán el martes, el miércoles, el jueves, y de nuevo el lunes, el martes… como Sísifo y su maldición, la de subir la piedra por la cuesta sin la esperanza de que un día se quede arriba.
Fuente: Periódico El Comentario