Con alcaldes que seguirán gobernando tres años, como en Tecomán y Manzanillo, o nuevas alcaldesas, como en Coquimatlán, Cuauhtémoc, Colima y Villa de Álvarez, comenzamos el trienio y en unos días otra etapa en la vida política de la entidad.
¿Cuál es el balance que podemos hacer de los ayuntamientos que terminaron hace algunas horas? ¿Vivimos mejor, más seguros, con más empleos y en condiciones sanitarias aceptables? Es difícil juzgar sin considerar el desastroso balance del gobierno estatal. Y cuando mezclamos sus actuaciones, el perdedor es el ciudadano.
Podríamos suponer que el cambio de partido en la gubernatura es un paso adelante en la vida política de Colima. Sí, pero también podríamos ser pacientes y esperar que el impacto sobre el desarrollo sea efectivo y nuestro estado inicie una transformación como la prometida en campaña. Las primeras luces se observarán pronto, cuando conozcamos las mujeres y hombres que acompañarán a Indira Vizcaíno. Entonces podremos juzgar con más elementos.
Cuando la alternancia llegó a los municipios de Colima me volví persecutor de iniciativas novedosas en materia educativa. Esperaba que los alcaldes, hombres y mujeres, tuvieran ideas brillantes (o ideas, nada más) y asumieran la responsabilidad que les confiere el artículo 3º constitucional.
La historia de ese periodo ya cubre varios lustros, pero es breve: nada de lo hecho por los presidentes municipales valió la pena. No fue consignado en medios. O no me enteré. Alguien que lo contradiga será bien recibido.
La educación no es un tema de interés para los ayuntamientos. Ignoro las razones, pero aventuro que en parte se explica porque se entiende, mal, que la educación es aquello que ocurre en las escuelas y, por lo tanto, atañe a la Secretaría de Educación, los directores y maestros. Error. La educación es una función social cuya responsabilidad principal es de la escuela, pero va más allá de los muros escolares. Si alguna duda tenía alguien, la habrá despejado con la pandemia y el dilatado confinamiento pedagógico, por la relevancia de los otros actores, como la familia, los medios y el propio gobierno.
Así como me acostumbré pronto a observar la inopia de los ayuntamientos en materia educativa, así perdí el entusiasmo por descubrir una perla entre las políticas municipales. Hoy soy prisionero del escepticismo. No espero nada, pero me encantaría ser sacudido por una idea que mereciera aplausos. ¿La encontraré?