Con la inauguración del nuevo aeropuerto internacional se avivó la fogata de las desavenencias entre críticos y seguidores del presidente López Obrador.
El abanico de las disputas en redes sociales es amplio: de las preguntas respetuosas y los datos fiables, a los insultos y descalificaciones soeces, pasando por las comparaciones entre la obra en cuestión y otros aeropuertos, ilustradas con imágenes que se lanzan como bofetadas a la porra de la Cuarta Transformación.
Me gusta y disfruto la lluvia de ingenio que nos regalan al calor de la discusión; los memes e intercambios tuiteros, por ejemplo, son lúdicos en grado maravilloso, aunque todas las formas de violencia verbal no son bienvenidas en mi radar, porque sólo profundizan los instintos aniquiladores del diferente.
Entre los periodistas tenemos también a las dos hinchadas, en otra paleta que va de la crítica lúcida o rabiosa a la defensa idólatra y muy pocas a la fundada, como Jorge Zepeda Patterson.
Estamos lejos, muy lejos de aquel discurso de López Obrador en el Zócalo de la Ciudad de México la noche en que ganó la presidencia. Aquel era un hombre, pero el que gobierna desde la mañanera es otro, y exacerba divisiones, sin la menor intención de convergencias, excepto cuando todos se pliegan a su mandato.
La comparación es odiosa pero inevitable, por ejemplo, con José Mujica, presidente uruguayo después de años en la cárcel. No juzgo resultados ni desempeños, sólo actitudes de madurez democrática y respeto genuino a la diferencia.
Esta mañana sabatina, luego de un largo sueño, fui a Twitter. La belicosidad está unos cuantos grados por encima de lo habitual desde hace más de tres años.
Por prudencia salí disparado y sin ánimo de enfado, así que me senté al lado de Juan Carlitos, mientras jugaba en la pantalla con Mario Bros.
Lo admito, no se puede ejercer la ciudadanía eludiendo los problemas de la realidad, pero este fin de semana, por lo menos, me tomo licencia y renuncio a las animadversiones envenenadas de ambos bandos.