I. En septiembre de 1991 comencé mi andadura periodística. El motivo es imborrable en esos años mozos: un concierto de Silvio Rodríguez en el Palacio de los Deportes. Vivía entonces en el Distrito Federal. Aquella noche otoñal escribí con frenesí de vuelta a la casa de huéspedes donde pernoctaba, mientras estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Con el texto en las manos, tecleado en máquina eléctrica, me pregunté dónde publicarlo. A Colima volvía cada vez que podía, y podía con frecuencia, por fortuna. O quería. Volví y varias manos se tendieron en el suplemento cultural “Cartapacios”, del Ecos de la Costa, aunque hecho por universitarios desde la Universidad de Colima.
Ese fue el primero de mis artículos. Hoy no me pregunto cuántos habré publicado. No lo sé, no tengo la mínima idea. Ni importa. Muchos medios impresos y radiofónicos me hospedaron en estos años. Destaco, sin fatuidad, La Jornada Semanal. En la última década, España ha sido refugio estimulante, primero en el periódico Escuela y ahora en El Diario de la Educación, rara avis que alimentan el debate público en un campo estratégico del presente y futuro.
Entre los medios, nunca estuve más tiempo en ninguna parte como en El Comentario. Primer motivo para la gratitud sincera al diario, a sus directores, a las personas que recibieron mis columnas, a toda la gente que lo hace sin que los articulistas sepamos su nombre; yo, por lo menos.
Estar aquí es como publicar en la sala de la casa, en mi estudio desordenado. Además, en distintos momentos han sido cómplices en aventuras donde impulso la escritura en los estudiantes de Pedagogía que participan en mis cursos. El primer libro que firmé se cocinó en las páginas que publicaron mis columnas semanales. Doble generosidad. Triple gratitud.
II. Los primeros cincuenta años de El Comentario son también pretexto para una reflexión breve en la materia de la que escribo en sus páginas.
El derecho a la educación no es un derecho infantil o juvenil. No está reservado, léase bien, a niños, adolescentes o poblaciones juveniles. Y el derecho a la educación superior no es sólo el derecho de los jóvenes a inscribirse en una licenciatura.
El derecho a la educación superior es un derecho del pueblo, no exclusivo de los muchachos que terminan el bachillerato. Es el derecho a la universidad, a lo que ella simboliza, a los beneficios de la docencia, sí, pero también de la investigación y la extensión de la cultura. Con el Movimiento Estudiantil de Córdoba, un siglo atrás, América Latina legó al mundo la disolución del concepto de universidad como isla o cadena que une privilegiados, para constituirse en un espacio de construcción social desde el pensamiento y el compromiso.
Hay muchas maneras de cumplir tal cometido, por supuesto, en las funciones sustantivas de la universidad y en las interacciones que los universitarios sostienen con la sociedad, con los distintos grupos sociales, sobre todo, con los marginados. Los medios universitarios, como El Comentario, son uno de esos caminos que materializan la función social de la casa de estudios. No son, por suerte, cajas de resonancia de boletines oficiales de prensa, sino espacios desde donde se divulgan pensamiento, inteligencia, cultura, arte, ética y sueños por una sociedad más justa. Un escenario donde tienen cabida, o deberían tenerla, todas las posibilidades para cumplir los anhelos que inspiran la mejor prensa que requiere una sociedad democrática.
Esa es, desde mi perspectiva, la razón esencial para continuar colaborando. El propósito es la transformación social y, como se intuye, no admite prisas ni pausas. Implica trabajar con otros, aunque a veces caminemos en soledad.
¡Felicidades a todas las personas que hicieron posible este cincuentenario! ¡Gracias a los lectores que le insuflan vida!