I. Soy profesor de un curso de “Formación Ciudadana” en la licenciatura en Pedagogía de la Universidad de Colima. Por la naturaleza de la carrera y las salidas laborales, hay una doble intencionalidad: contribuir a la preparación ciudadana de los estudiantes para su inserción plena en la vida adulta, al mismo tiempo, para que funjan como coadyuvantes en propósito semejante, cuando les corresponda asumir las distintas funciones del ejercicio pedagógico, en especial, la docente.
Por el nivel formativo de los estudiantes, mayores de edad, los temas que analizamos son, entre otros, la ciudadanía y la democracia, el derecho a la educación, las desigualdades, la exclusión del sistema escolar o la preparación para una ciudadanía crítica y comprometida socialmente. Es un curso idóneo para articular textos y contextos, escuela y realidad, currículum y sociedad.
II. Los problemas sociales en México son un coctel desafiante para distintos tipos de análisis, interesante para ejercicios intelectuales, pero brutales por sus efectos en las personas y colectividades. Aludo, como sabe alguien medianamente enterado de lo que sucede en esta región del planeta, a la violencia asesina, a la inseguridad y la extorsión que, en este sexenio del primer gobierno autoproclamado de izquierda, arrojará la cifra de 200 mil ejecuciones producto de la guerra entre grupos del crimen organizado y con las fuerzas militares del gobierno más militarizado en la vida del país. A esas 200 mil víctimas habrá que sumar otras cien mil desapariciones forzadas y enormes contingentes de familiares, madres, sobre todo, que integran cuadrillas para excavar en busca de los cuerpos de sus hijos e hijas, ante el desprecio y la indiferencia gobernante.
Si no fuera suficiente, una comisión no gubernamental concluyó hace unos días que durante la pandemia, de las 800 mil defunciones, 300 mil eran evitables. En suma, un sexenio sangriento con más de medio millón de muertos.
El rosario de desgracias parece infinito: los muertos en campaña, es decir, los candidatos ejecutados, así como los innumerables que desistieron en su intención de contender ante las amenazas sufridas, confirman que la elección del 2 de junio está manchada de sangre y violencia.
Paro el listado. Creo que ha sido suficiente y, quizá, de mal gusto. Paso a las interrogantes.
III. ¿Cómo se enseña ciudadanía en un contexto donde tal condición es una entelequia? ¿Cómo, cuando las personas son víctimas fatales, un desconocido enterrado en una de las miles de fosas, un cliente de políticas electoreras y programas clientelares?
¿Cómo explicar las tesis de Aristóteles en la Ética a Nicómaco, sobre la bondad y la felicidad, a partir del valor de convertirse en buenas personas?
¿Cómo ponderar el valor de la verdad, cuando la mentira campea o la corrupción se instaló en los políticos de todos los partidos?
¿Cómo estimular el valor del trabajo y la honestidad, cuando se descubrieron plagios en las tesis de las candidatas presidenciales o en una ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación? ¿Cómo le explico al estudiante que su calificación dependerá de la calidad de su trabajo, si en la vida real, fuera de la escuela, el camino del esfuerzo tiene estímulos menores, mientras se premian la mediocridad y la trampa con puestos altos y salarios jugosos?
¿Cómo enseñar el valor de la fraternidad y la solidaridad, o de la tolerancia, cuando, desde la tribuna política más poderosa del país, cada mañana se acusa, difama o agrede a quienes piensan distinto u osan exponer preguntas incómodas en el llamado “diálogo circular” con el presidente del país? ¿Cómo hacer ver la necesidad de respetar el estado de derecho, cuando los gobernantes violan leyes e instituciones que se atraviesan a sus deseos?
¿Cómo se construye ciudadanía cuando el primer servidor del país se arroga el derecho a decidir quiénes son patriotas o demócratas, y quiénes traidores a la patria o enemigos del pueblo?
IV. Por estas, y muchas preguntas e indignaciones, cabría justificar que una ciudadanía distinta es más necesaria, imprescindible en una democracia plena dentro de las diferencias, para que el futuro sea menos imperfecto.
Podríamos suponer en un plano formal que en contextos sociales hostiles es más fácil demostrar el valor de la educación, o que la escuela ha estado crónicamente envuelta en la adversidad y sin embargo se mueve, pero cunden los ejemplos impactantes de las malas prácticas que conducen a “éxitos” rápidos, aunque efímeros.
Se me escurren las preguntas. ¿Cómo educar para la ciudadanía, cuando la población vive secuestrada por políticos y las políticas públicas, en grandes proporciones atrapada en sus propias redes con todos los defectos que describe Jaron Lanier en “Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato”?
¿Cómo educar para la paz en un contexto de violencia? ¿Cómo educar con esperanzas cuando priman desaliento, frustración y hostilidad en la gran mayoría de la población?
Preguntas, nada más que preguntas asaltan y las respuestas de la inteligencia artificial sólo me aturden la inteligencia natural.
*La versión original de este artículo se publicó en El Diario de la Educación (España), el 3 de junio de 2024.