Leyendo a Philippe Meirieu, pedagogo francĂ©s, encontrĂ© un resumen de la conferencia que dictara en febrero de 1939 el pedagogo suizo Édouard Claparède, previo a la Segunda Guerra Mundial, para fustigar la hipĂłcrita actitud de su paĂs ante el conflicto bĂ©lico en ciernes. El elocuente (y lamentablemente verdadero) tĂtulo es “Moral y polĂtica, o las vacaciones de la honradez”.  Asociarla con nuestra pesada y lastimosa realidad es inevitable, en Colima y en MĂ©xico.
La honradez era definida por Claparède, dice Meirieu, como la “determinaciĂłn de poner en práctica unos principios fundamentales”; cinco para ser exactos. El primero de dichos principios era la “falibilidad”, el reconocimiento de que la verdad, si fuera posible de alcanzar, es muy complicada de asir, y que estamos llamados a equivocarnos tambiĂ©n. Un principio que la cordura impone, en la ciencia o en la pedagogĂa, pero que en polĂtica no, porque allĂ el jefe no se equivoca, y si no le gusta leer o no puede repetir, digamos por fabular, tres tĂtulos de libros que le “hayan marcado”, los agoreros buscarán las justificaciones para exentarle de sus yerros y mentiras porque es el Ăşnico infalible.
El segundo es el principio de “convicciĂłn”, que “nos veda cambiar de opiniĂłn por las conveniencias del momento”. Un principio que no es ni final en una “cultura” polĂtica que ha hecho del arribismo una instituciĂłn polĂtica adoradora de Judas, y de cualquier proeza a cambio de mantener un puesto, un privilegio, una dádiva. Es aquella instituciĂłn nacional de “mejor vivir en el error que vivir fuera del presupuesto”.
El principio de “imparcialidad” es el tercero, e impone “usar la misma balanza para pesar los actos de sus amigos y los de sus enemigos”. En MĂ©xico los polĂticos lo tradujeron como “si no está conmigo está contra mĂ, y si no está conmigo, lo chingo antes que Ă©l a mĂ”.
El principio de “informaciĂłn Ăntegra” nos impide disimular u ocultar deliberadamente siquiera una parte de la verdad. Otro principio que los polĂticos y gobernantes mexicanos tradujeron y aplicaron en forma de opacidad, impunidad y corrupciĂłn.
El quinto es el principio de “firmeza”, por el cual, “los yerros que pueden cometer nuestros enemigos no nos dispensan de nuestros deberes intelectuales y morales”. No se necesita una interpretaciĂłn y los ejemplos abundan en nuestro medio. En el medio polĂtico, sobre todo, la honestidad o la franqueza son asuntos francamente pasados de moda, si es que alguna vez lo estuvieron.
Estos principios, que postulĂł Claparède y suscribirĂa por mi parte, ayudarĂan a formar agentes de una “humanidad civilizada, liberada por fin de la tentaciĂłn de la barbarie” y de esta insultante burla que hoy llamamos polĂtica nacional. Pero de declararlos a cumplirlos, enseñarlos, aplicarlos o sancionarlos, hay una distancia tan inmensa que parece imposible, por lo menos en este siglo que naciĂł con malformaciones severas en la materia.
Twitter@soyyanez