Con el regreso a clases en las pantallas y la transición entre Esteban Moctezuma y Delfina Gómez, se reabre la discusión sobre la vuelta a las escuelas en el país.
A pesar de las cifras record que observamos en infectados y muertos, las voces que claman por el regreso escalonado, seguro y paulatino se escuchan con mayor fuerza.
Los argumentos a favor y en contra de la presencialidad son amplios. Todos se preocupan por los niños y sus madres, especialmente por los más pobres, los más perjudicados con la situación actual. Dejo el asunto a un lado, por ahora.
La pregunta que debemos hacernos es por la garantía de seguridad que brindará el Estado mexicano a todos, a los maestros, a los estudiantes y sus familias, especialmente en miles de escuelas precarias en sus condiciones materiales, en los servicios y en el personal que labora
¿Cómo se hace una escuela segura y saludable en donde no hay baños, drenaje, agua, jabones, gel y personas que colaboren en la limpieza?
El presidente de la República pidió a los estados con semáforo en verde que vuelvan a las escuelas. A propósito de la petición, escuché una entrevista al secretario de Educación de uno de esos estados, Campeche. El periodista radiofónico le preguntó: ¿ya están haciendo la remodelaciones necesarias en donde haga falta? No, fue la respuesta del secretario.
Mientras eso pasa, seguimos viviendo en mundos paralelos. En distintos mundos. El triunfalista de la SEP, con sus buenas cuentas, y las otras realidades donde estalla la uniformidad: escuelas privadas, escuelas públicas, niños conectados diariamente, otros que se conectan a veces, muchos que se desconectaron.
Las escuelas ya están preparadas para otra era de la educación, dijo este lunes con grandilocuencia un delirante Esteban Moctezuma.
No podemos volver a las mismas escuelas que abandonamos antes de la pandemia. No sólo en su infraestructura y servicios, aunque hoy son muy importantes.
No podemos volver a la misma pedagogía, con los mismos recursos educativos, planes de estudio y formas de organización escolar.
Si eso sucede, entonces ya podemos certificar que de poco sirvieron tanto dolor y muerte, y tantas lecciones como debimos aprender en este año aciago.