Cuaderno 2023

Al maestro José Miguel: con gratitud y admiración

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

El Congreso del Estado de Colima entregó hoy la medalla Rey de Colimán al doctor José Miguel Romero de Solís.

Sobra el inventario de méritos. En las varias décadas de vecindad en Colima, el homenajeado regó su trabajo con disciplina, talento, visión y generosidad. Lo alimentaron razones que agrupo en dos, mientras escucho discursos en el recinto legislativo: rigurosa formación y profundo amor por nuestra tierra.

No puedo ostentarme como discípulo del maestro José Miguel; no de la manera en que se formaron bajo su conducción muchos historiadores, con algunos de los cuales tengo afectos personales y disfruto su amistad.

Pero la influencia del maestro José Miguel en mi formación profesional es perenne. Fue el primero de los profesores universitarios que me sedujo, inspiró y se instaló como modelo, durante el año en que tuve la fortuna de tomar dos cursos en licenciatura con él, uno de historia general de la educación y otro de historia de la educación mexicana. Los libros leídos en ambos inauguraron mi biblioteca.

Estimulado por aquel encuentro, cuando pidió estudiantes para realizar servicio social en su estudio, sede actual de la Fundación Romero-Abaroa, no lo dudé. Ahí tuve el placer de adentrarme un poco en su mundo, de su trabajo silencioso y talante afable.
Con los años, su ejemplo y pasión se mantienen incólumes. Me sigue inspirando. Además, gané el privilegio de su amistad y de María Elena Abaroa, su entrañable compañera. Mi afecto por ellos es inmenso.

El homenaje de hoy es una oportunidad inmejorable para reiterarle mi gratitud por su aporte a la historia, a Colima, y por sus enseñanzas más vitales para aquel muchacho que comenzaba su peregrinaje universitario.

Español de nacimiento, hoy fue declarado hijo predilecto de Colima. Para muchos de nosotros fue también padre intelectual.

Los años pasaron desde aquel septiembre de 1984 en que conocí al maestro. Nos dejaron sus bondades y facturas. Somos menos jóvenes, pero cuando lo veo, en algún momento y como un juego de espejos de la imaginación, sigo recordando a aquel profesor de figura quijotesca, atuendo impecable y orador magistral. Sus clases, entre cigarro y cigarro, eran un placer como pocas veces conocí en las aulas.

Mi camino no estaba en la historia de la educación, pero habiéndolo recorrido de su mano, le concedió parte del sentido a una carrera incipiente. No es el corazón de mi actividad académica, pero está siempre como faro.

Hoy su presencia me sigue intimidando. Tenerlo frente a frente impone. Y me recuerda, cosa que también le agradezco, que muchos años después sigo siendo un agradecido y emocionado aprendiz.

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