Después de contagiarse de COVID-19 es inexplicable la negativa del presidente a usar cubrebocas. Es otra prueba de esa cerrazón que eructa júbilo entre fanáticos, pero desautoriza la cordura. Alguna vez dijo que lo usaría si se lo recomendaba Hugo (López-Gatell). Ahora dice que respeta al subsecretario de Salud, pero no lo hará. ¿Por qué la terquedad?
El conductor o líder de un grupo tiene que ser ejemplo. El presidente así se asume: como modelo de honestidad, franqueza, austeridad. Se aplaude. Pero negarse a usar el cubrebocas es la renuncia a asumir que su conducta debe ser imitable, en un momento donde el número de infectados y muertos en el país no admite medianías ni abstenciones. Es cierto, al usarlo no hay garantía de no infectarse, por eso debe intentarse todo lo que su propio gobierno, con tibieza tardía, promueve.
Con su conducta y negación irracional cruza a la acera de la irresponsabilidad. No es admisible ni disculpable. En su persona y en cualquiera que tenga una tarea pública y una autoridad moral que compromete a hacerlo de la mejor forma.