No soy afecto a las listas de propósitos cuando comienza un año. Si acaso, a veces, me propuse algunas metas que no escribí ni conté a nadie. Con frecuencia me fue mal en los balances.
Con los años uno va marcándose objetivos cada vez más profundos y sin temporalidad. O por lo menos, es mi caso.
Si hoy redactara una lista de buenas intenciones para compartir, me alcanzaría con los primeros dígitos.
Pondría, por ejemplo, leer mucho más y mejor. Escribir mucho mejor y un poquito menos. Perder poco tiempo en redes sociales e invertirlo más en meditar. Ejercitarme más y comer con austeridad. Opinar casi nunca de los otros, para juzgarme más severamente. Estar menos tiempo ante la pantalla y recorrer las calles de las ciudades donde habito. Y cosas por el estilo.
Cerraría mi lista con las palabras de Eduardo Galeano: vivir cada noche como si fuera la última y cada mañana como si fuera la primera.