Este mediodía recordé a mi madre de nuevo. Mi pensamiento no la suelta por estas fechas. 10 de mayo la trae inevitablemente; luego vine el 8 de junio, fecha de su nacimiento. Pero ahora llegó por otras razones: reviví una de sus lecciones más perdurables. Ahondo: cuando me pedía alguna tarea y yo dudaba, por incapacidad o flojera, solía decirle: es que no sé si puedo. Entonces, soltaba suavecito su sabiduría: “¿cómo? Dios dijo Dios y hombre, no Dios y no puedo”. A veces, supongo que fastidiada, variaba con humor picante: “Dios dijo Dios y hombre, no Dios y pendejo”. Humillado merecidamente emprendía el quehacer.
Desde entonces voy por la vida con esa consigna, tratando de inculcarla a Juan Carlos, mi hijo, con los cuidados que hoy censuran las nuevas costumbres. Así que cuando hoy me respondió: “creo que no puedo”, de algún rincón insólito saltó ese recuerdo y se lo dije sin más. Callado, sorprendido, no supo qué decir, mientras yo, entre risas discretas, recordaba las mil y una veces en que tuve que escuchar el retruécano. Espero que aprenda mucho antes que yo.