Se despert贸 temprano, m谩s que de costumbre. Involuntariamente. El reloj marcaba las 4:04. Un leve dolor en el cuello le record贸 que la noche no hab铆a sido todo lo placentera ni larga que hubiera deseado. Trat贸 de conciliar el sue帽o y apenas pudo cerca de las 6. A las 7, en pie, comenz贸 la jornada y alist贸 la documentaci贸n para la vacuna. Era el d铆a. El d铆a tanto tiempo esperado pero que llegaba m谩s pronto de lo previsto. El desayuno fue sobrio.
A las 10:15 cruz贸 la puerta de acceso en la Universidad. Amabilidad por todas partes. 驴Viene a vacunarse, maestro? S铆. Pase. Ac谩 la tomar谩n la temperatura y pondr谩n gel. Todo 谩gil. En el pasillo previo al 谩rea de vacunaci贸n le volvieron a preguntar si llegaba para la vacuna. De nuevo dijo s铆, sin m谩s palabras. Pase a la mesa 1. Era la primera, al fondo, entre unas diez que aguardaban a los convocados. En la mesa 1e pidieron el formato prellenado y un joven vestido de negro revis贸 en la computadora. Pronunci贸 el nombre del hombre. Asinti贸. No debi贸 mostrar nada m谩s, ni una identificaci贸n. Le indicaron que pasara con la compa帽era de chaleco amarillo para asignarle su lugar. Ah铆 se dirigi贸 y ya lo esperaban. Fila 4. Detr谩s del hombre de camisa azul, a la mitad. Ah铆 fue. Apenas se sentaba cuando le pidieron que saltara a la fila siguiente, al frente. Se levant贸 y camino despacio, mirando al mont贸n de personas vestidas de blanco (enfermeros, supuso), de azul (con letreros de Marina) y con chalecos amarillos, de la Secretar铆a de Educaci贸n.
A las 10:23 sac贸 el libro que hab铆a elegido para leer mientras esperaba. La noche de la usina, de Eduardo Sacheri. No hab铆a ido a la p谩gina primera cuando escuch贸 una voz frente a 茅l. Era un jovencito vestido de blanco, enfermero o todav铆a estudiante. Les inform贸 que ya hab铆an ido por la vacuna para prepararla y aplic谩rselas.
Mir贸 a la derecha. M谩s mujeres, muchas m谩s que hombres. Pero hab铆a poca gente. A la izquierda siete u ocho filas de sillas vac铆as, luego, dos o tres llenas con una enfermera que les daba instrucciones apenas audibles. S贸lo escuch贸 las gracias y un aplauso. Luego enfilaron hombres y mujeres a la salida. Aquel grupo hab铆a terminado.
A las 10:24 una mujer vestida de azul, de la Secretar铆a de Marina, empez贸 a hacerles preguntas. Si hay mujeres embarazadas, lactantes, si tuvieron dolores de cabeza, diagn贸stico positivo de COVID. Y explic贸, sin mayores detalles, los efectos que podr铆an presentarse con la vacuna y algunos cuidados generales. Pidi贸 descubrirse el brazo no dominante. O una palabra as铆.
A las 10:26, sin haber empezado a leer a Sacheri, un joven tambi茅n vestido de azul, en tono seco, le repiti贸 al hombre descubrirse el brazo. Luego le mostr贸 una delgada jeringa y la mencion贸 la medida del l铆quido; tall贸 con la torunda y aplic贸 la inyecci贸n. Un peque帽o piquete fue perceptible. No sinti贸 la salida de la aguja. Le dejaron el algod贸n y pidieron que se lo sostuviera. La mano derecha del hombre fue al brazo izquierdo. El libro y los papeles quedaron entre las piernas.
No movi贸 la cabeza el hombre. Respir贸 hondo y se dispuso a escuchar los latidos del coraz贸n, las sensaciones que corr铆an por sus venas mientras aquella sustancia empezaba a circularle. Ah铆, sentado el hombre, mientras esperaba la vacuna, se desgranaron los recuerdos de los catorce meses transcurridos desde el inicio de la pandemia. Meses que hab铆a experimentado de la perplejidad y el miedo a la paciencia, con lapsos de desesperaci贸n y desesperanza, a veces de sufrimiento. Pasaron vertiginosos muchos n煤meros, un contador mortal que rebasaba los 200 mil y no se deten铆a un s贸lo d铆a, ni uno. Los muertos que hab铆an quedado atr谩s en esa larga noche de dolor y muerte. Se detuvo en los rostros conocidos, en los rostros m谩s cercanos, los muertos m谩s suyos, los que dol铆an. Vinieron momentos vividos, otros que se esfumaron por los encierros interminables. Del fondo de aquel arc贸n de recuerdos salieron los hijos del hombre, cada uno en el espacio donde siguen sentados cada ma帽ana cinco d铆as por semana, a veces aburridos, otras desconectados, escuchando clases interminables. Fastidiados de la din谩mica, pero poco entusiasmados con la idea de volver a las aulas de nuevo. Cumplidas ciertas condiciones estudiar en casa tiene privilegios, aunque se extra帽a lo m谩s lindo de la escuela: los amigos, el recreo, los juegos, la hora del desayuno, el afecto de los maestros.
Perdi贸 la noci贸n del tiempo. A las 10:45 el hombre fue interrumpido en la pel铆cula de aquellos meses. Comenz贸 la inesperada activaci贸n f铆sica muy leve, aunque habr铆a preferido quedarse sentado, decir que no ten铆a ganas o que el equilibrio se hab铆a afectado, pero habr铆a sido peor. Se levant贸 sin ganas y movi贸 la cintura, luego los pies, y cuando estaba a punto de detenerse pens贸 que no era el momento, que estaba cada vez m谩s cerca de este cap铆tulo de la pesadilla. Que no importaba resistir aquella tortura inocua. Adem谩s, cuando se detuvo en la enfermera que entusiasta les instru铆a adivin贸, bajo el cubrebocas, alegr铆a y una enorme vocaci贸n. La sigui贸 m谩s con los ojos que con el cuerpo y crey贸 esbozar una sonrisa, mientras se tocaba el brazo y palpaba alg煤n dolor por la inyecci贸n. No hab铆a nada. Era hora de levantarse y partir. Era hora de cargar su sombra y los recuerdos.