La primera vez leí el libro mientras vivía en una casa de huéspedes en la colonia Narvarte. Doctor Barragán, era la calle, muy cerca de la avenida Universidad, donde tomaba el micro para ir al estadio de Ciudad Universitaria, cruzaba el puente y en minutos llegaba a mis clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Lo tengo siempre presente. Fue un curso sobre Paulo Freire con Miguel Escobar Guerrero, con quien después trabé una buena amistad que persiste, muchos años después. Me gustaron los libros “hablados” del educador brasileño, los varios que leímos entonces para conversar en las clases. Disfrutaba la lectura recreando las conversaciones entre Freire y Frei Betto, o con Antonio Faundez. Los imaginaba frente a frente, vehementes y gozándose.

La segunda lectura ocurrió veintidós años después. Vivíamos en un departamento del quinto piso en Marcial Candiotti, en Santa Fe, Argentina. Un frío septiembre que esperó largamente la llegada de la primavera, mientras nos congelaba el viento que llegaba del inmenso río Paraná, a pocos metros de ahí.

La versión del libro era distinta, pero el libro, el mismo. Más cuidada, sobria, de Siglo Veintiuno Argentina. Lo compré en Buenos Aires, en algún kiosko de la estación Retiro mientras esperaba el autobús. Las preguntas de la conversación entre Faundez y Freire me trajeron nuevas ideas, algunas reminiscencias de la primera lectura y disfrute renovado.

La tercera lectura del mismo libro, Por una pedagogía de la pregunta, ocho años más tarde, la hago desde casa, en Villa de Álvarez, en otro momento y circunstancias. Como la segunda, por gusto, sin tareas o deberes. Es el mismo libro, pero el lector cambió en cada caso. Ni mejor ni peor, sólo diferente, aunque compruebo que la misma curiosidad, y eso es lo mejor de constatarlo.