El viernes pasé de nuevo por el consultorio del cardiólogo con los resultados del último examen: un estudio Holter de 24 horas.
Luego de revisar con detenimiento, el diagnóstico coloquial del médico me alegró: tienes un corazón de chavo. Y sólo pude agradecerle, medio sonrojado detrás del cubrebocas. Miré a la izquierda por la ventana de su consultorio y el sol me pareció más cálido.
Las prescripciones son lo sabido: poca sal, poco café, poco ejercicio, un poco de meditación y escasas preocupaciones.
El sábado continuaron las buenas noticias. Diez ideas para cambiar la escuela, mi nuevo libro, está prácticamente terminado. Faltan detalles en la portada. Pronto estará listo.
Pero la alegría no es eterna. El dolor también asoma: por la tarde murió el hermano mayor de mi padre, Ángel. La congoja se me instaló de inmediato. Pensé en sus hijos, en mi tía Jova, en mi padre y su dolor fraterno. Domingo de tristeza en la iglesia y luego en el cementerio. Domingo de lágrimas.
En seis meses mi tío cumpliría 90 años. Su legado lo describió magistralmente Lorena, su hija, con bellas palabras de despedida en la iglesia. ¡Descanse en paz!
Antes de abandonar el cementerio mi padre me invitó a ver las tumbas de Lola y Antonio, sus padres. No había caído en la cuenta: ambos vivieron más de 90 años; ella, dos más.
Mientras caminábamos hacia la salida sólo se me ocurrió decirle con el brazo sobre su espalda: pues nos quedan muchos años de vida. ¡Que así sea!