Hoy cumplo 51. Con el motivo decidí escribir estas líneas que resultaron bastante largas, pero no son para quienes me lean, (menos para quienes me odian), ni para quienes me profesan afectos. El lector destino soy yo mismo, porque quiero recordarme algunos momentos que siguen presentes y, de alguna forma, en mayor o menor grado, hicieron lo que soy, llegar a donde estoy y en algunos casos equivocarme tantas veces como erré. De paso, rindo tributo íntimo y agradezco a muchas personas, con nombres y apellidos, o anónimas, que estuvieron conmigo, están y, deseo, estarán tiempo largo.
Aquí, un repaso de instantes que forman parte de esta película vital.
Aunque no tengo conciencia, obvio, el nacimiento habrá sido fecha feliz. Mi madre y yo debutamos en simultáneo. Como en ese año, supongo que nunca más tuve tantos abrazos y cariños. No me duró demasiado la suerte: 380 días después nació mi hermana Paty. El segundo lugar, sin embargo, jamás produjo rencores contra nadie.
De la primera infancia tengo recuerdos escasos. Habrá sido normal, pues traumas no he descubierto. Una foto de mi hermana y yo, apenas tratando de caminar, escasos de ropa, atravesando la calle, nos muestran como una pareja normal de infantes. Gracias a papá nunca faltó comida caliente en casa, ni abrigo. ¡Así habrán sido esos años!
Los primeros días en el jardín de niños fueron sufrimiento puro. A tirones mi madre me arrancaba de sus brazos para meterme a ese sitio que fue después la clínica del pueblo. ¡Quién diría que luego de esos dolorosos momentos nunca más saldría de la escuela!
Mi primer amigo, hermano de mi madre, murió muy pronto, cuando apenas comenzamos a cursar la escuela primaria. La muerte de Coco fue el primer contacto con la muerte. Tristísimo, sin duda, como son las muertes tan prematuras. Desde entonces las muertas tempranas me matan un poco.
El fútbol fue mi deporte, aunque jugara otros con menos frecuencia. Empecé de portero, hasta que mi padre, enfadado de los dedos torcidos y la ropa desecha me exigió cambiar de posición o renunciar. Fue de portero como obtuve el primer título de campeón en el equipo de los “Aztecas”. Luego nunca más volví a la portería.
Sección 82, con su uniforme verdiblanco, es el club de mi vida. Desde las divisiones juveniles hasta la primera división jugué en todas las categorías. Pero estaba claro que el deporte como actividad constante tenía pila corta.
La escuela ocupa sitio de honor. En la primaria tuve buenas maestras y otras que, a juzgar por el olvido, no valieron la pena. La maestra Blanca fue mi favorita; hoy la veo y recuerdo con enorme afecto.
La secundaria número 21, del querido (y temido) maestro Goyo Medina, marcó el inicio de otra etapa: el arribo a la adolescencia, las primeras atracciones por las mujeres y un puñado de amigos con quienes vivimos días felices. Goyo Medina, inspector escolar de amplio recorrido, oriundo del pueblo, volvió para fundar una escuela por cooperación a la cual pudimos asistir muchísimos que en otras circunstancias habríamos truncado la alfabetización. Fui parte de la última generación y la tarde en que clausuramos la escuela es recuerdo amargo. Dos fotos del momento están en alguna parte de la casa paterna: en ellas sostengo el pergamino que entregamos al extinto memorable profesor.
Goyo Medina merecía un homenaje en vida. Todavía es tiempo. Una escuela, una calle del pueblo podría llevar su nombre. Sería más justo y honorable que algunos innombrables que hoy reciben ese homenaje en escuelas que nada les deben. Nadie puede calcular, ni cerca, los poderosos efectos de aquella pequeña escuela vespertina que funcionaba donde la Eva Sámano de López Mateos, mi primaria.
El Bachillerato 13, entonces ubicado en la capital, fue la puerta a la Universidad de Colima. Con emoción viví aquel momento en que salía de muy temprano de casa para comenzar otra etapa de mi escolarización. El plantel tenía fama de ser el mejor, junto al 4, y mi tutor, Goyo Medina, orientó el camino. Tímido, pequeño frente a mis compañeros, formé parte de un grupo de estupendos amigos que recuerdo con afecto. Y a mis compañeras, bellísimas, también. Yo las quería a todos, pero ellas, señoritas ya, me miraban como a un niño. ¡Cuánto habría dado por el beso de una de ellas!
El anillo del fin del bachillerato fue un regalo para mi madre. Muchos años estuvo perdido y recién lo encontré. Se lo mostré a Mariana Belén con alegría y se lo obsequié, aunque ahora lo tengo frente a mí, en la mesa de trabajo. Para licenciatura ya no me sumé a la lista; más radicalizado, me parecía innecesario, como firmar anteponiendo el título.
En matemáticas tuve buenos maestros; y las clases de literatura, con Goyo Macedo, un placer que disfrutaba en las horas iniciales. ¿Quién de sus alumnos no recuerda las mañanas recreando en clase la Ilíada y la Odisea?
La carrera universitaria que elegí, licenciatura en educación superior, la volvería a cursar, aunque evitaría a algunos de aquellos maestros. Mi cabeza se abrió a otros horizontes impensados gracias a los cursos de filosofía, sociología e historia. En mi lista de maestros favoritos esta vez no quiero ofender, pero algunos siguen siendo entrañables y admirados amigos.
Mi generación cursó tres carreras: psicopedagogía, planeación y administración educativa y educación superior. Seis compañeros tomamos el tercer camino. Nuestro grupo se compactó en el aula y fuera. Toda nuestra generación cabía en el coche de nuestro padrino de generación, se mofaba el simpático Eliézer de los Santos, para aludir a sí mismo.
Puestos a confesarlo, tengo que reconocer que soy un tipo privilegiado. Nunca he buscado empleo, por ejemplo. Antes de terminar oficialmente la carrera, la directora de la Facultad, mi querida maestra y hoy amiga, Sara Lourdes Cruz, me invitó a formar parte de un proyecto para parir la investigación educativa en la Universidad y en Colima. Así me integré, como el más joven, al Departamento de Investigación y Desarrollo Académico. La alineación la formamos Rosita, Julián, Sergio, Juan y yo, comandados por el maestro Eliézer. La experiencia fue grata, pero queda la sensación de que fuimos maltratados por nuestra impericia.
Incorporarme a la planta académica de la Universidad es otro de esos privilegios que sostengo casi siempre orgulloso. Voy sumando años y generaciones. Hoy conozco a una parte del alumnado de Pedagogía, pero mi compromiso con la facultad aumenta mientras veo signos de deterioro.
La Universidad fue mi vida durante muchos años. Casi la única vida. Allí sucedían casi todos los acontecimientos. El tiempo ha colocado distancias sanas. A veces, la miro sombrío, pero soy reincidente del optimismo.
En mi proyecto de vida, poco estructurado y muy despreocupado por el futuro, apareció el deseo y la necesidad de abandonar temporalmente Colima. Solo una imagen tuve enfrente: la UNAM. Allí fui al comenzar la década de 1990. Presenté mi solicitud para cursar la maestría en pedagogía y salí en la lista de estudiantes admitidos. Un salto cuántico de mi pueblo, donde viví los primeros 23 años, a instalarme en el Distrito Federal. Lavar mis calcetines, planchar la ropa (fracaso hasta la fecha) o administrar dinero y tiempo, hicieron revalorar la casa paterna y la diligencia silenciosa de mi madre.
En la Facultad de Filosofía y Letras conocí a muchos de mis mejores maestros, hoy colegas apreciados y amigos entrañables. Mi curiosidad y pasión terminaron por encenderse.
Lo mío con Joaquín Sabina fue amor a primer oído. Ciudad Universitaria fue el lugar del encuentro feliz. Paseaba en los pasillos mientras esperaba la hora de clase, entre los puestos de libros y música, cuando escuché al pasar “El hombre del traje gris”. Me detuve unos instantes, escuché embelesado y al terminar la canción pregunté cuál era el casete. A la mañana siguiente asalté el Sanborns de Xola y Universidad, al lado de la casa de asistencia donde viví. Y nunca para la cacería de los discos o libros del flaco de Jaén.
Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat forman la delantera estelar de mi dream team Nada más cabe agregar. Están conmigo casi siempre; en las buenas, en las peores, y hasta en las horas de madrugada mientras escribía la tesis doctoral.
Los años en la Facultad de Pedagogía como director fueron un parteaguas vital. Al regresar de la UNAM con el doctorado en marcha, solo quería ser investigador. Y así estuve algunos meses, encerrado en un cubículo sin ventana en un centro de la universidad. La invitación del rector me cambió la vida. Cuatro años dirigiendo un puñado de profesores y conviviendo con 150 estudiantes, sin experiencia en la materia, me enseñaron casi todo lo que usé después.
Recorrí toda la carrera académica en la Universidad: de profesor de bachillerato a secretario académico. 20 años invertí en ese largo proceso. No se pueden resumir aquí.
Cada etapa en esas dos décadas tuvo sus encantos, pero no cambio los dos iniciales, si tengo que borrar parte del disco duro: como director de Facultad y luego director general de los bachilleratos.
En la dirección de los bachilleratos universitarios viajé como nunca por el país, una vez que asumí la tarea de coordinar los bachilleratos de todas las universidades públicas. La experiencia es inenarrable. En el corazón se instalaron para siempre colegas de la UNAM, de las universidades de Yucatán, Zacatecas, Guadalajara, Nuevo León… de Colima, por supuesto.
De los profesores de bachillerato y mi equipo de trabajo aprendí más que enseñé. Encendimos juntos la idea del cambio y la esperanza en la educación. Luchamos para conseguirlo y no pocas cosas siguen presentes, a pesar de los empeños en borrarlas.
Entre los productos del paso por la universidad hay algunos testimonios. Me siento contento con muchos; otros no los haría más, algunos los afinaría mejor. Haber sido promotor y organizador principal de las visitas de Pablo Latapí y Fernando Savater para recibir el doctorado honoris causa, y luego editado sendos libros, es de los orgullos que todavía presumo. A Paulo Freire no pudimos tenerle en Colima, cuando ya había aceptado.
Muchos congresos y reuniones académicas organicé y de algunos tengo vivos recuerdos. En 1996 celebramos “La educación ante los retos del tercer milenio”, con invitados de lujo. En 2007, recordando a Paulo Freire, conocí en la hoy Ciudad de México a algunos buenos amigos. De todos ellos conservo la comunicación con Juan Miguel Batalloso, maestro de escuela sevillano, querido y admirado.
La vida da vueltas y un golpe funesto me oxigenó radicalmente. De repente, maltratado frente al espejo público, injustamente apaleado, decidí reinventarme o dejar la piel en el intento. Era momento de dar un paso en otra dirección y recomenzar. Argentina fue el destino. Allá comenzó el viaje interminable por mi Ítaca. El costal de lecciones vitales fue inolvidable.
El exilio fue terapia. Sin ella no habría reinventado los años posteriores.
Argentina es otro punto y aparte. Muchos botones podría coser aquí. Recuerdo un momento desgarrador. La noche en que tomaba el avión del Distrito Federal a Buenos Aires recibí la llamada desde casa: Mariana Belén no paraba de llorar. En ese momento, a la distancia, la acompañé con mis lágrimas. Pero tenía que mirar adelante para volver renovado y verla a la cara lejos de frustraciones y odios. Respiré hondo y juré cruzar el desierto.
Los meses que pasamos entre Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, se quedaron grabados en sitio especial y bajo llave íntima.
A Argentina viajé con la idea de caminar, recorrerlo tanto como pudiera, aprender todo lo posible, respirar otros ambientes, y escribir un libro. Nació el libro y mi computadora se embarazó con proyectos ilusionados. Varios libros nacieron.
Cada una de las presentaciones de los libros que parieron esos meses fue un regalo maravilloso. Casi podría rehacer el recorrido de cada uno. Casi podría revivir aquellas emociones.
Como Joaquín Sabina: tengo más de cien motivos para no cortarme de un tajo las venas, más de cien pupilas donde verme vivo. Más de cien razones para emprender cuesta arriba o bajar sin prisa cuando llegue el momento.
De mujeres no hablaré. No fueron muchas ni pocas. Amé y fui amado. Soy deudor de cada una.
Falta Rosa Velazco en la mesa de cumpleaños. Mi primera casa es huella indeleble. Duele todavía.
El 5 de noviembre nació Mariana Belén y se instaló un nuevo sol en mi planeta. Pocos años más tarde apareció Juan Carlos, el capitán del barco, alegría perpetua desde el 17 de octubre.
Tengo momentos suficientes para aproximarme a los 51 que indica el título, pero esta página ya se volvió muy larga y no quiero ponerme melancólico ni aburrirme. Pararé aquí.
Del presente no quiero escribir. Los momentos los reservaré para la siguiente década, cuando los vientos hayan erosionado la superficie.
Soy feliz, soy un hombre feliz, como canta Silvio Rodríguez. Todo lo feliz que se puede ser en un país donde se mata tan impunemente como se mata; donde se desaparecen estudiantes como desaparecieron; donde se miente con tanto cinismo; donde se ensañan pobreza, miseria, hambre, impunidad y desolación.
Soy todo lo feliz que se puede ser con hijos maravilloso que me obligan a cuidarme todo lo posible (sin delirios ni gimnasios ni mandas ni ascetismos) para acompañarles la mayor parte del trayecto que me toca estar a su lado.
Soy feliz. Punto.
Sara Lourdes
Y yo soy muy feliz por haberte acompañado, visto crecer y contar con tu amistad y cariño; espero seguirte acompañando, aunque sea virtualmente. Mi reconocimiento y cariño Sara Lourdes
Juan Carlos Yáñez Velazco
¡Qué lujo contar al lado con usted!
Un abrazo eterno.
Perla Lara
Que siga reincidiendo en el optimismo, que siga teniendo conciencia de su felicidad. Es lo mejor que (creo) le puedo desear en este cumpleaños. Un abrazo, cargado de estimación y admiración sincera.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Estimada Perla: muchas gracias por siempre. Ese es un magnífico deseo.
¡Un abrazo cariñoso!
Arturo Aguilar
Un hombre y maesteo. Comprometido, responsable y prifesional. Un amigo entrañable, sin estridencias o induferencia. Suemore presente y compartiendo burnos y excelentes momentos. Un abrazo grande Juan Carlos
Juan Carlos Yáñez Velazco
Querido amigo, gracias por tus palabras, el afecto y el respeto. Es mutuo el sentimiento.
¡Abrazos!
Nena
Fascinante!!! Por fin conocí mas a Juan Carlos y no al maestro .. Cuanta pasión en cada linea escrita . un abrazo enorme y mi admiración como siempre! Feliz 51 😉
Ana Silvia Rosas Delgado
Y yo más feliz de aún contar con tu amistad y extrañado tu prescenia.
Deseo q la próxima hoja q escribas aparezca yo, aunque podrías escribirla antes jejeje…lindos recuerdos tengo de ti. De la facultad y lo mejor tengo un título xq tú siempre insististes q terminará la carrera. Mi agradecimiento eterno x eso. Un abrazo.
Norma Leticia Sanchez Torres
Mi Respetado Juan Carlos, siempre contarás con mi admiración y respeto, ibas un semestre delante que yo, en nuestra querida Facultad. Tenemos tantas cosas en común! Como nuestros amados maestros Eliezer, Sara Lourdes, Sara Griselda. Siempre te veía con gran entusiasmo, con propuestas etc. Tuve la fortuna de que me asesoraras mi tesis de Lic. Mil Gracias y Felicidades
Juan Carlos Yáñez Velazco
Lo recuerdo muy bien, Norma. Y me alegra que también tú.
Un abrazo
Balvanero
Juan Carlos, te leo con gusto y transito tu vida en unos minutos… felicidades y adelante con tu sol y tu capitán, tu música y lecturas, ensoñaciones y, seguramente, muchos proyectos por hacer..
Juan Carlos Yáñez Velazco
Gracias estimado amigo. Me alegra tener coincidencias con gente valiosa como tú.
Un abrazo.
ROSARIO MORFIN DÍAZ
Bueno amigo que más puedo decir de lo ya señalado, mi admiración y respeto, y un orgullo haber formado parte de tu generación, un abrazo fraterno
SANDRA
Dr. Que enorme gusto leerlo!
Mi respeto y admiración por siempre. Un hombre comprometido,apasionado, inteligente y con mucha visión.
Tuve el privilegio de ser su alumna y años más tarde formar parte de su equipo. En mi memoria guardo gratos momentos, mucho aprendizaje y porque no decirlo, una diferencia que tuvimos en alguna ocasión.
Reciba mi aprecio, mi cariño y gratitud siempre.
Le deseo una larga y dichosa vida, así… atesorando cada momento con sus seres queridos y reinventándose cada momento.
Felices 51, es un hombre valiente y exitoso.
Abrazos fuertes