El 31 de mayo compartí en estas páginas la buena noticia que Marina, una colega española, me enviaba desde su tierra, Málaga. Les conté entonces que pronto empezaría su trabajo como profesora y saludaba el nacimiento de una maestra de las que hoy necesitamos, en España, en África, en Latinoamérica, en México. Semanas después Marina me escribió de nuevo para relatarme pormenores de su experiencia pedagógica con los pequeñines que la vieron debutar como profesora. Su carta, más allá de lo emotivo y anecdótico, que vale por sí misma, cierra este breve capítulo. Aquí se las dejo.
Hola de nuevo… te escribo para contarte algunas cosas de mi escuela, después de tres semanas ya tengo una impresión general de cómo funciona la educación infantil en España y más concretamente en mi colegio.
Te cuento que la escuela se encuentra a pie de playa, al lado de un faro que le da nombre al centro y que embellece el paisaje, además de darle un toque romántico al hecho de ir a trabajar cada mañana (me gusta ver el faro a lo lejos cuando voy conduciendo y pensar que me guía a mí que estoy en la tierra y a otros muchos que están en el mar). El clima es gustoso a esa hora, casi todas las mañanas hay bruma pero es agradable porque el sol empieza a calentar y la humedad se disipa. No encuentro apenas tráfico pues voy justo en dirección contraria al grueso de la población malagueña: casi todo el mundo tiene su empleo en el centro de la ciudad y yo conduzco en dirección contraria, me alejo de la multitud para meterme en un pequeño pueblecito, que aunque no es especialmente bonito sí goza de una tranquilidad total.
La escuela es como una familia grande: hay 80 niños y niñas de edades comprendidas entre los 0 y 3 años, 6 maestras, la directora, la cocinera y la auxiliar de limpieza (¡todas mujeres!). Mis compañeras son de Torrox de toda la vida y la mayoría estudiaron en el instituto con los padres y madres de los que hoy son sus alumnos y alumnas, así que puedes hacerte una idea del nivel de implicación que hay entre familias y centro. En cuanto a mí, me han acogido muy bien y me tratan como a una más desde el principio.
La distribución de la escuela es la siguiente: hay 6 aulas (dos de 0-1 año, dos de 1-2 años y dos de 2-3 años), una sala de usos múltiples, dos dormitorios, una cocina, un comedor, tres patios, un despacho y aseos. Yo estoy en una de las clases de 2 a 3 años, con los más mayorcitos, pero puedes imaginarte, son muy pequeños… La dinámica de trabajo que sigo es, grosso modo, la que tiene establecida el centro y más concretamente la que sigue la maestra a la que estoy sustituyendo: de 9 a 10 de la mañana están llegando los niños y en ese rato tenemos juego libre. Se sacan los juguetes (puzzles, muñecos, animales, legos y lo que pillen por allí…) y cada uno hace lo que le apetece. A las 10 hacemos una asamblea: nos sentamos en círculo en el suelo y pasamos lista, comentamos qué día de la semana es, en qué mes estamos, si hace sol o no, cantamos varias canciones y luego hay un rato para que cada uno cuente, si quiere, lo que ha hecho el día anterior o lo que le apetezca. Después de ese ratito pasan a las mesas y hacemos una actividad del libro que siguen, por lo general colorean, recortan, punzan y pegan. Cuando terminan salen al patio durante media hora y ahí se juntan con los niños del otro aula de su misma edad. Tras el recreo volvemos a clase y normalmente les cuento un cuento y aprovecho para hablar con ellos. Me encanta que conversemos porque la imaginación que tienen es un pozo sin fondo y me ayudan a deshacer mis esquemas mentales cada minuto. Intento hacerles preguntas lo más abiertas posibles para ver por dónde salen y es impresionante, estoy aprendiendo mucho de ellos, qué te voy a contar a ti que tienes hijos todavía pequeños. Me gusta estar con ellos, me desinhibo por completo y estoy reaprendiendo a jugar, algo que había olvidado. Después de estos juegos vamos al comedor, les ayudamos a comer y a las dos de la tarde algunos niños se van y otros se quedan porque sus padres trabajan, así que se echan la siesta mientras vienen a recogerlos un poco más tarde. Yo me voy a las dos, así que se me hace muy llevadero, la mañana se pasa volando.
En general estoy muy contenta. Nunca había estado con niños tan pequeños y al principio pensaba que no iba a poder hacer muchas cosas con ellos. Es cierto que mantienen la atención poco tiempo, que son todavía muy bebés y que hay que estar haciendo tareas de cuidado infantil (pipí, mocos, llantos, pañales, …) pero eso también es educar, es enseñar a vivir. Ahora lo están descubriendo todo y guiarles es muy interesante. ¡Así que estas son mis impresiones!
Hasta aquí la carta de Marina. En estos días el año escolar habrá concluido o está por terminar. Ella finaliza su interinato. En esta carta queda impresa su huella y, estoy seguro, la promesa de que pronto aparecerá en otra escuela, enseñando, enseñando mucho, sobre todo porque está dispuesta a aprender, y eso, en nuestros días de derroches de vanidad no es asunto menor en una profesión que si algo reclama es humildad y amorosidad.
Las buenas noticias siempre son bienvenidas, y en educación más, porque no retratan solo el presente, también son el mejor anuncio de un futuro promisorio.