Mariana Belén me contó el otro día que el cuerpo es sabio. Según explica, lanza mensajes cuando sobrevendrán males mayores. Y te puede despertar abruptamente en la noche si se termina el aire que respiras, por ejemplo.
De lo que puedo dar fe es que nos alerta, nos avisa, grita a veces cuando no atendemos. Es, además de sabio, generoso, porque advierte enfático cuando rebasamos fronteras. Que hagamos caso, es tema aparte.
Pero no solo es sabio y generoso, también es buen maestro y juez severo. Soy testimonio ahora mismo. Vean si no.
Ayer me desperté sin energía ni voluntad para salir al paseo matutino antes de la puesta del sol. Refunfuñé con el espejo y sin convencimiento me fui a la calle. Ya con el aire fresco en la cara, despejado, ajeno al ruido de autos y gente, pensé las cosas desde otro ángulo. Qué fortuna, me dije, poder salir a caminar, cruzar la calle corriendo si lo deseo (tampoco mucho, no se pida demasiado), detenerme en las máquinas de ejercicios del parque cercano, o reanudar mi proyecto terapéutico de terminar de pintar mi antigua casa los fines de semana, en fin, actividades todas que nos demandan estar bien físicamente, sanos, dispuestos, sin impedimentos. ¡Qué fortuna!, sí, me repetí.
Y como si no tuviera ya suficiente aprendizaje, hoy el cuerpo se encargó de tomarme la lección con una dosis de crueldad: no tengo ganas de caminar, me pesa levantar un vaso de agua y me aterra pasar saliva, me arde la nariz, por momentos la cabeza me taladra.
El cuerpo es sabio. Ya lo afirmé. Acataré hoy; esperaré mañana mi suerte. Cuando salga de esta, os lo juro, no me quejaré más cada mañana que toque caminata.
Rosario
Cuídate y reposa , es necesario saludos cordiales y un abrazo terapéutico