A veces me tienta la idea de hacer una clasificación de los tuiteros en mi TL. Luego me acuerdo de lo bien que me hacen pasar muchos momentos y me retracto. En realidad, me pasa de todo, de lo bueno casi siempre, de lo no tanto a veces.
Uso Twitter con distintas intenciones: informativas (buena parte de las cuentas que sigo tienen esa motivación), pedagógicas, políticas, amistosas, humorísticas y poco más. Mis valoraciones tienen que ver con lo que busco y, en consecuencia, cuando no lo encuentro, pues dejo de seguir y ya está.
Entre los que poco soporto, pero a veces no puedo evitarlos, son los que se viven el día entero quejándose del montón de trabajo y de la falta de tiempo, y para dejarnos constancia, no dejan de tuitearlo. ¿Y qué carajos haces aquí?, se me antoja escribirles. Pero luego recuerdo: cada uno es como es. Y la escritura tiene una indudable función terapéutica. Tal vez escribir de los agobios del exceso laboral y la escasez de tiempo resulta contradictorio, mientras no dejan su cuenta de Twitter a un lado, pero podría serles una forma de salvar momentáneamente la angustia.
Otra clase de tuiteros que tampoco me simpatizan mucho son aquellos que van repitiendo fórmulas que exhiben agotamiento mental del tipo: “avísenle a @fulanitodetal que…”.
No quiero seguir y aborto las siguientes clases de tuiteros. Cada uno es cada cual, y si Twitter sirve para evitar el suicidio o el desahucio, ya cumplió su función con creces. Por fortuna, desconectarse sigue estando en nuestros dedos con un teclazo.