Esta tarde, rumbo al colegio de Mariana Belén, en el cruce de avenida Tecnológico y prolongación Hidalgo, mientras esperaba la luz verde del semáforo, me sorprendió frente a nosotros el colorido de los papalotes que un hombre ofrecía a los conductores veinte metros adelante. Una cascada de recuerdos envolvió el momento. Clavé la mirada buscándolo. Lo perseguí entre los autos guiado por las figuras voladoras, y como montado en un barrilete cósmico me transporté sin voluntad al parque La Redonda, en Santa Fe, donde pasamos una de las tardes más lindas, entre el invierno que se prolongaba inclemente y la primavera nonata de 2013.
En aquel sitio, antiguo taller de reparación de ferrocarriles, un día festivo, entre miles de santafesinos, disfrutamos un paseo que es habitual en parques, avenidas y hermosas costaneras. Esos días, o los fines de semana, son de familia, de reunión, de amigos, comida en los jardines públicos, manteles en el césped, balones de fútbol yendo y viniendo; los juegos para niños a reventar y todos en sus conversaciones, amenizadas con refrescos que se comparten, del mate que pasa de boca en boca.
El pequeño balón de fútbol cedió su lugar y entró en reposo cuando Juan Carlitos y Mariana Belén miraron a los hombres en bicicletas con papalotes (barriletes) atados a la estructura metálica. Como otros niños, se acercaron con los padres atrás. Cada uno quiso el suyo, con sus colores e imágenes favoritas. Y como después de muchos años nosotros, y como nunca antes ellos, volamos papalotes. ¡Pocas veces miramos tanto el cielo azul del sur!
El semáforo cambió de color, el hombre de los papalotes pasó fugaz hacia el lado contrario. El río de autos empujaba. El instante se quedó en la retina, como aquellos días en el corazón.
Perla del Rocío Lara
Gracias por compartir su fotografía del corazón (como yo llamo a los gratos recuerdos)